Y: “N” se suicidó, ¿Te enteraste?
X: Ahora que me lo dices lo sé, ¿no dejó alguna nota?
Y: Sí, dijo que ya no quería vivir, eso nada más.
X: Es lógico, creo que no necesitó justificarse, si ya no quieres vivir te matas, qué mayor certeza que el matarte para demostrarlo.
Y: Supongo que lo hizo para que no hagan drama por su decisión, muchos quieren una tragedia detrás de tal acto, algo tan horripilante que haga entendible y hasta comprensible su muerte. De no ser así, también no faltarían los que con indignación y los ojos volteados digan: ¿Cómo pudo matarse por una cosa así?
X: Así es, el matarse es una certeza, por qué calificarlo y más aún, uno mismo justificarlo.
Y: Aunque asumo que unos se matarán por error.
X: ¿Por error?, a qué te refieres, ¿a un accidente?
Y: No, sino que el suicidio no tiene justificación, uno lo hace y ya, tiene sus razones pero también sabemos que podemos equivocarnos, el que sea legítimo autoeliminarse no hace que esta sea de por sí un acto perfecto. Es decir, nos podemos matar por las razones equivocadas.
X: … Comprendo, pero qué podría hacer que nos equivoquemos, ese es un acto meramente personal. Estamos hablando desde una perspectiva supuesta, nadie podrá enterarse realmente que nos equivocamos porque ya estamos muertos.
Y: Sí, sin embargo, el intentar descifrar los posibles errores puede servir para los que en un futuro decidan hacerlo.
X: “Un manual del perfecto suicida”, ¿de eso hablas?
Y: No etiquetemos nuestras conversaciones, eso limita las posibilidades del debate.
X: Ok, ok, pero intenta explicarme un poco más…
Y: Supongo que debemos descartar la idea del suicidio, los términos poéticos y las reflexiones filosóficas; así como la expresión de Ciorán de que es un acto extraordinario y que es un pensamiento que nos ayuda a vivir. Esas patrañas no les sirven a un suicida, para él este ya no es una alternativa sino el único camino. Y si queremos un diagnóstico intentemos con que es un enfermo, no hay otra palabra y buscando el mejor sentido del término. Por alguna razón su alma se quiere salir del cuerpo y eso es algo que no lo determina el espíritu, sino la materia. Por eso morimos cuando este último ya no funciona…
X: Ahora el asunto estaría en determinar en cómo tener la certeza de que efectivamente ya no se puede soportar el cuerpo. La naturaleza nos obliga a tolerar esa convivencia espíritu – cuerpo, de ahí el instinto de superviviencia, ¿no es así?
Y: Sí, se aspira una sensación de claustrofobia generando un deseo irrefrenable de abandonar la materia. Ese sería el primer síntoma. Claro, como decía, esta debe ser una sensación certera que no puede mitigarse bajo ninguna perspectiva. La idea absoluta de una vida intolerable bajo cualquier explicación y sensación.
X: Espera… ¿No crees que también uno debería matarse sin esa tragedia detrás?, el decidir hacerlo porque te da la gana. Lo que me dices es como si sólo puedo comer si tengo un hambre infinita pero… ¿si quiero comer porque me da la gana?, así no tenga apetito ¿eso estaría mal?
Y: A eso es a lo que me refiero, de hacerlo bajo ese capricho sería una decisión equivocada, no puedes comparar comer con matarse, a menos que lo que ingieras sea veneno. No olvides la irretroactividad. No hay marcha para atrás. Estamos intentando definir las razones correctas para autoeliminarse.
X: Entonces volvamos a lo de la claustrofobia…
Y: Eso también dependerá del carácter del individuo porque si somos intolerantes no tendremos la capacidad de soportar ciertas variaciones al ideal de vivir. Un tolerante se adapta, se autoconsuela y hasta se resigna. Un hombre de 80 años es un individuo resignado. Por otro lado, alguien que no llega a esa edad por propia voluntad es un intolerante. Aquí podemos plantear que la decisión de vivir está basada en el carácter y más aún, en el conocimiento de las posibilidades futuras.
X: ¿Puedes aclarar eso?, no comprendo cuando te refieres a las posibilidades futuras.
Y: Los individuos tienen una idea específica de lo que es vivir, o una aspiración a conocer esa idea, de ahí vemos cuántos libros existen que se refieren a la búsqueda de la felicidad. Los seres humanos creemos que el propósito de la vida es ser feliz. Basamos nuestras acciones futuras en alcanzar dicha meta, cuando nos sentimos infelices tendemos a cambiar de actitud; al menos eso es lo que nos recomiendan en los libros de autoayuda. Más aún, nos dicen que con paciencia podremos soportar las dificultades actuales, el sacrificio para obtener en un futuro la recompensa, por ende, eso nos lleva a la gracia y la paz con uno mismo. Un intolerante no acepta dicha premisa, no por desesperación, sino porque comprende que en el futuro tal ideal de vida no se concretará. Él está seguro de que eso que todos llaman felicidad es sólo resignación, pues qué nos queda luego de haber esperado tanto. Así, este individuo se asume como un ajedrecista que calcula los movimientos futuros de él y su oponente; pudiendo predecir mucho antes que el resto, el desenlace. Tiene un conocimiento profundo de su personalidad y del entorno. Entonces, evalúa las variables y luego de comprender que al final perderá la partida, decide inclinar su rey o en este caso, su vida.
X: ¿Como un adivino o un profeta de su existencia?
Y: No, más exacto aún, un matemático, un científico; por eso un verdadero suicida -así se le haya impedido matarse- en algún momento se eliminará. Para él, el fin de su existencia es el producto de una ecuación emocional que no admite errores. Hasta podemos decir que el suicidio no es una decisión, sino una conjetura, casi un cálculo.
X: ¿Y el que está equivocado?, el que se mata por error…
Y: No todos somos buenos en matemáticas ni en el ajedrez ¿no?...