Una de las 12 pirámides del complejo El Paraíso fue destruida y luego incinerada el sábado pasado por un grupo de maleantes que aún no ha sido identificado por la policía. A la derecha se ve cómo pudo quedar si se hubiera reconstruido. (Fotos: Rosario Seminario / Diario El Comercio)
¿Qué se pierde cuando una
pirámide de 5 mil años de antigüedad es destruida por maquinarias de
construcción? El pasado, ¿y qué es el pasado?, es lo que constituye nuestra
identidad, que define lo que somos pero ¿en realidad nos importa saber quién
somos? Al parecer no. La consecuencia es llegar a ser individuos
superficiales, que buscan la ganancia inmediata y el querer sobrevivir a costa
del derecho de los demás. Son aquellos seres que vuelven al estado natural, pre
civilizado, dándole la razón a Hobbes de que el hombre es el lobo del hombre,
es un ser humano previo a Contrato Social, quizás no lo comprende y en parte no sea sólo la culpa del
incivilizado por sus actos bárbaros y que actúa en base a sus impulsos
primario, sino que el Estado no se lo hizo conocer; es decir, el mensaje debió
ser: “me das poder para luego darte lo que necesitas”, así se mantiene el orden
necesario que hace que los pueblos no caigan en el caos y la destrucción.
Lo vivido con la destrucción de
esta pirámide -ocurrido en la misma ciudad de Lima, capital de un país- motivado
por simple afán de lucro ya que lo hicieron para poder construir un edificio
particular, es incomprensible. Es peor que el huaqueo –excavaciones ilegales
para venta de restos arqueológicos- pues
han desaparecido para siempre una de las edificaciones más importantes y
antiguas de la ciudad. Aunque podíamos verlo venir si analizamos lo que ha ido
sucediendo de a pocos en la capital, donde se han ido demoliendo casas
representativas de la historia arquitectónica del Perú para construir edificios
multifamiliares sin ningún criterio estético, atentando cada día contra el
paisaje urbanístico.
Algo está sucediendo en la ciudad
de Lima, nos hemos vuelto unos bárbaros devoradores del pasado, despreciando
aquello que es antiguo por creer que lo nuevo es más valioso por el simple
hecho de serlo. La visión de que el pasado es incivilizado e inservible para
los fines lucrativos que encandilan a los ciudadanos emprendedores, se impone y
ya nadie considera incorrecto tener esta
visión de la realidad. Para las personas es “comprensible” vender una casa con
valor histórico -para ser destruida por
su nuevo propietario- por una cantidad “razonable”, quejándose por el legado
que su familia les ha dejado. Quizás pueda deberse a que quienes la heredaron
jamás serán lo que fueron sus antepasados y con esto no pretendo idealizar su
pasado, sino que la composición social del país era diferente a lo que es hoy.
Las familias constructoras y propietarias de semejantes edificaciones eran
adineradas, propietarias de tierras que ahora pertenecen al Estado o han sido
ya vendidas a particulares. La búsqueda por la repartición igualitaria de las
riquezas del país casi extinguió las grandes fortunas terratenientes que desde
que el Perú es república tuvieron algunos pocos. Y ante ese divorcio entre lo
que fuiste y lo que eres, la tradición es despreciada, rechazada pues no desean
identificarse con aquello que se perdió.
Asumimos que aquello también se
repite con los restos arqueológicos precolombinos, es sintomático lo sucedido
con esta pirámide, edificación de seis metros de altura y 2.500 metros
cuadrados de superficie -ubicada en el Complejo Arqueológico El Paraíso-, en el
que quizás los perpetradores de este acto no se hayan identificados, no saben
ni para qué estuvo ni porqué todavía la conservan y cómo es posible que ese
montón de tierra les impida ganar unos miles de dólares. No se reconocen en
ello, ese pasado no es el suyo, el legado no les pertenece y se piensa que todo
lo que son es producto de su propia mano; el gesto arrogante de los hombres que
creen que su existencia es y acaba en ellos. Dirán que es falta de educación y
quizás sea cierto, pero es irreversible, hay muchas generaciones de individuos
que no sabrán exactamente dónde está lo malo en lo sucedido, como aquél que al
no saber de ortografía, no puede detectar el error en una palabra mal escrita.
Lo preocupante es el formar un país con ciudadanos que desprecian su pasado,
que no lo conocen y no respetan las normas y por ende al Estado, la barbarie
que proviene de personas a las que se les confían derechos y deberes, que
traicionan un legado que deben proteger. A veces un país se prepara para
proteger su territorio del invasor pero así como dice la frase, ni el mejor
guerrero está preparado cuando el ataque proviene de su propio bando.
Castigar con penas es lo más
irrelevante en este caso, sino lo que debe alertarnos es qué tipos de
ciudadanos estamos formando, seres traicioneros que ante la más mínima oportunidad
nos darán un gran golpe, es así que la oda al lucro no nos vuelve ciudadanos sino
simples mercenarios.