Cada vez que le contaba alguna cosa algo particular a un amigo, este me decía con angustia: "eso no es normal". Y me preguntaba interiormente sobre lo que es ser normal y no. Era evidente que para dicha persona la normalidad significaba pasar desapercibido y no inspirar desconfianza. Ser así no deja demasiado espacio para la iniciativa y la creatividad. Intentar mantener el equilibrio entre lo que es "correcto" o "incorrecto" genera una tensión emocional frustrante y los espacios a los que lo confinan a uno alimentan esa conducta "social" normalizada, léase colegios y universidades.
Los buenos psicólogos pueden diferenciar entre una personalidad particular y otra que está perturbada por factores patológico o externos. Lamentablemente todavía hay quienes marcan una línea entre lo que es y debe ser. Lo peor es que buscan que todos se alineen en esa frontera. Por eso ¿quién marcó o determinó qué es la normalidad? ¿Quién ha demarcado esa línea?
Si uno le pregunta al vecino su propia definición de dicho término, encontraremos las más diversas respuestas. Entonces, ¿para qué pedir al prójimo que actúe de una forma que no sabemos definir? En el fondo, la normalidad es ser de tal forma que no perturbes las creencias y la imagen del mundo que cada uno se ha fabricado. Por eso es que siempre seremos juzgados si somos tal como queremos ser porque andaremos destruyendo los mundo ajenos y antes que eso pase, el resto saldrá corriendo despavorido de uno. No aceptar las diferencias del ser humano es ignorar los hechos de la vida. Ignorar la biología, la antropología, la historia, la sociología, etc. Creer en la "conducta normal" es desconocer la naturaleza humana en su totalidad.
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