Acaba de conmemorarse un año más de la exitosa Operación
Chavín de Huantar, en la que se rescataron a las personas retenidas por más de
cuatro meses en la casa del embajador de Japón. Tal suceso es considerado como
un logro del presidente Alberto Fujimori en su lucha contra el terrorismo y
hasta ahora es usado por sus partidarios para justificar su actuar, sobre todo
en la violación de los Derechos Humanos.
Existe controversia por la ejecución de todos los miembros del MRTA y por la imagen del presidente paseándose sobre sus cadáveres. Y me pregunto: ¿qué de malo hay en matar a rebeldes asesinos? Supongo que la mayoría de peruanos en su momento no le vio nada de extraño ya que allá por 1997 la aprobación presidencial luego de dicha operación fue del 70%. Entonces ¿qué quedará de ese evento ante la historia? Esta tiende a simplificar las cosas y solo queda lo que el ciudadano ve relevante, y como decía Napoleón: "esta es solo una fábula aceptada por muchos", así esta se considerará como un éxito militar inobjetable. No obstante, aún me incomoda lo sucedido ese día. No porque esté en desacuerdo con la operación sino con las consecuencias de dicho mensaje dado por la máxima autoridad gubernamental. De pisotear al vencido y mostrarle a los que puedan justificar el accionar del MRTA que así terminarán si deciden optar por las armas para buscar justicia social.
Si bien el tema de la reconciliación nacional está en pausa
y por cuestiones políticas no se ha retomado el asunto como se debería, es
preciso recordar que los males que causaron el levantamiento de grupos armados
se debe al resentimiento social que se ha mantenido a través del tiempo y por
solucionarlo no se ha hecho casi nada. No sabemos si por incapacidad de los
gobiernos o por estrategia política. Es decir, la disconformidad por la
realidad del país es latente. Y mientras esta no se solucione y el Estado nos
amedrente con más violencia los reclamos sociales y el resentimiento crecerá.
Es sintomática la declaración al New York Times de aquella persona que visitaba
la tumba de Néstor Cerpa Cartolini: "Él luchó por nosotros, para los
pobres. Mire cómo vivimos. Mire cómo morimos".
Si se desea reconciliar al país, la imagen del expresidente vanagloriándose de aquella masacre no es estratégica porque el mal que fue la génesis de la barbarie terrorista no ha desaparecido. La actual delincuencia más es consecuencia de aquella exclusión social que hechos aislados ocasionados por gente malvada. Esta es producto de los cambios económicos que el país ha vivido, el delincuente sabe que el país ya no está empobrecido y que riquezas hay en cada kiosko de la esquina, no ve la pobreza como un mal social sino solo personal. El discurso revolucionario en estos tiempos no convence porque se ha vendido la idea que basta la oportunidad de un gran negocio para que el mercado te dé aquello que aún no tienes. Que cada uno debe bailar con su pañuelo para poder salir de la pobreza. Pero hasta cuando, lo que crece llega a estancarse y luego se paraliza para después caer, y cuando vuelvan las épocas críticas ¿qué haremos con aquellos que no lograron insertarse al sistema del que ahora nos sentimos orgullosos? ¿Cómo verán la imagen de un expresidente paseándose sobre los cadáveres de los que "lucharon por los pobres"? No faltará mucho para que Néstor Cerpa Cartolini sea un mártir en la lucha social porque la historia borrará lo que desee o necesite borrar.