Uno de los elementos más importantes de la comunicación, utilizado como medio para obtener los conocimientos generados por siglos, y que nos da la oportunidad de llegar a ser más que simples espectadores de la evolución del hombre, está siendo derivado al olvido, al desconocerse la verdadera naturaleza de su uso, corriendo el riesgo de ser llevado a la más ilustre ruindad.
Desde la educación elemental nos enseñan a valorar la lectura como el principal medio de aprehender nuestro entorno cultural, y, al mismo tiempo, a ver en ella el proceso por el que podemos alcanzar el conocimiento de nuestra civilización, y, en todo caso, como un camino que, con su práctica, nos llevará a la reflexión y nos permitiría desarrollar nuestras capacidades tanto individuales como sociales. De este modo, el ejercicio de la lectura (al menos en concepto) ha sido internalizado como la fórmula que nos liberará de la ignorancia con que venimos al mundo. La importancia que la humanidad ha dado a esta idea, nos ha llevado a creer que su práctica es algo implícito a nuestra condición de seres humanos, haciéndonos llevar la vida en función a esta aparente certeza. Al punto que en todo intento de culturizar a una sociedad se recurre al ejercicio de la lectura como la herramienta indispensable para lograrlo. Sin embargo, la responsabilidad de que una sociedad tome la senda de la verdadera civilización depende de la voluntad de cada individuo, sin olvidar que, en general, todos desean llegar a un nivel de raciocinio que pueda socorrerlos ante cualquier problema – material o filosófico – que se les presente en su vida diaria.
Pero al observar una sociedad en la que el ideal de la lectura es lo último que se persigue, se pone de manifiesto la contrariedad existente entre la imagen casi divina que durante centurias han forjado los hombres de esta herramienta –utilizada para indagar en sus almas sobre sus verdaderas posibilidades – y la pavorosa indiferencia que se tiene frente a ella. A pesar de ello, no podemos estar de acuerdo con quienes señalan el fracaso de la lectura como herramienta culturizadora. Porque esta actividad constituye un fenómeno que va más allá de la mera función social, pues implica, antes que nada, la necesidad de conocer su motivación personal. Explicarnos la naturaleza del acto de leer se nos presenta desde el momento en que se abre un libro y en el cual, letras agrupadas en diverso orden, nos permiten explorar acerca de nuestra propia condición.
La lectura como aparente herramienta culturizadora
La intención de toda sociedad moderna es forjar en cada uno de sus miembros una conciencia cultural que refleje sus elementos materiales y espirituales, logrando que se identifiquen con el lugar en que se desenvuelven. Ésta es la principal tarea culturizadora de una sociedad. Sin embargo, sólo mediante un desarrollo sostenido y sistemático que permita conocer sus diferentes manifestaciones –tales como la lengua, la ética, el arte, las ciencias – se podrá alcanzar el auge cultural. Si bien esta idea aparece como la más deseable, sólo se cumple a cabalidad en la educación elemental, pues sólo en la primera formación se parte del supuesto de la total ignorancia del individuo acerca de todo conocimiento elevado. La enseñanza está destinada a llenar dicha brecha, pero la responsabilidad de seguir el camino educativo (culturizador) se encuentra en nuestras manos. Consideramos que el primer y fundamental error sobre la labor de la lectura, radica en creer que ésta, por sí misma y en toda circunstancia puede culturizar a un hombre en el que no exista la necesidad de continuar su propio desarrollo, en otras palabras, que si una persona no tiene la intención de proseguir su formación, no puede ser obligada a buscar la condición de quien persigue la cultura, a ser un individuo culto.
Lo que puede ser explicado más claramente de la siguiente manera: las manifestaciones culturales del hombre –entre las que se encuentran las artes: la pintura, la música, la escultura y la escritura – aunque son generadas por sus propias manos, siempre son precedidas de un impulso primario sin el cual no sería posible realizarlas. A nadie se le ocurriría exigir a un ser humano sin dotes artísticas que, por ejemplo, elabore una escultura, ya que, de realizarla, la haría mal o simplemente nunca la terminaría, con la lectura sucede lo mismo. No se puede pretender que por el simple hecho de conocer las conjugaciones de los verbos o el uso de adverbios y sustantivos, cualquier individuo se encuentra en condiciones de leer correctamente, ya que al mero hecho mecánico le hace falta la parte más importante para su verdadera práctica, vale decir, la propia disposición individual. Por lo que, si la lectura ha fallado como herramienta culturizadora, no es por falencias propias, sino por las de aquellos que la practican.
El carácter esencial de la Lectura:
Para evitar que ello suceda, la realización de esta actividad requiere que una constante preparación continúe lo que un primer impulso llevó a iniciar individualmente. Ahora bien, en cuanto a la pregunta de ¿para qué se lee?, me cuidaré mucho de caer en el común error que pretende encontrar la finalidad de la lectura en su capacidad para estimular la imaginación o distraer la mente con un momento de fantasía; argumento con el que insistentemente creen dar respuesta a la mencionada interrogante cuantos han tratado este tema. Por mi parte, sostengo que es necesario replantear la pregunta y ampliar su contenido con la siguiente fórmula: ¿por qué y para qué se debe leer?
En primer lugar, no debemos dar a la lectura el carácter de entretenimiento, pues, de lo contrario, el primer texto dificultoso o ajeno a nuestros intereses que se nos presente lo rechazaremos, creyendo que esta práctica sólo debemos ejercerla cuando nos otorgue placer o, en el peor de los casos, cuando nos brinde una utilidad práctica con lo cual se desvaloriza su ejercicio y se pierde la razón de ser de esta actividad. El conocimiento debe ser nuestra única motivación para leer, cualquier otra invalidaría su ejercicio. Con esta afirmación no se pretende negar la libertad de las personas a elegir la forma en que realizan sus actividades. Sólo se quiere señalar que quienes realizan esta práctica tienen la responsabilidad de impedir que se haga un uso equivocado de una herramienta que fue diseñada para comunicar lo más excelso que se ha dado en la evolución humana. Por ello hacíamos hincapié en que sólo su constante práctica puede desarrollar en nosotros la suficiente capacidad de abstracción que nos permita acceder a los pensamientos más elevados de nuestra civilización. El que se haya hecho de ella una tarea complicada se debe a que la lectura, así como la escritura, es un artificio creado por nuestra necesidad de comunicarnos, que, al no formar parte de nuestros instintos, origina el natural rechazo de algo que no es visto como una extensión de nuestro ser, sino más bien como un obstáculo que podemos evitar. De ahí que sociedades en las que lectura y escritura son prácticamente nulas, pueden sobrevivir perfectamente, pues no forman parte de sus necesidades fisiológicas, lo que nos demuestra que, a través del tiempo, el hombre en general ha podido prescindir de ambas.
Se entiende de estas afirmaciones que la lectura, si bien en un primer momento se práctico por el carácter comunicativo e indagador del hombre, conforme el pensamiento fue evolucionando a través de las épocas, sus exigencias para ejercerla fueron cada vez mayores. Sobre todo a partir del Renacimiento y de la Ilustración, el conocimiento transmitido es esa época, mediante la escritura, ocupa la posición más importante en la historia de Occidente. De esta manera, las reflexiones teológicas, filosóficas, políticas, y artísticas de los grandes pensadores de la época, debido a la gran proliferación de textos escritos, se encontraron por primera vez al acceso de las masas, con lo que el conocimiento de tales pensamientos se halló sometido a la libre interpretación de cada lector. A esto se debe que los ideales y los mundos utópicos concebidos por pensadores de todas las épocas, jamás fueron concretados en la realidad. Se cree explicar este fracaso en el hecho de que la realidad es incompatible con semejantes pensamientos, sin tomar en cuenta la posibilidad de que tales propuestas reflexivas, al ser generadas por hombres de elevada intelectualidad, entrañen una visión de la realidad mucho más profunda que la de la mayoría de hombres, quienes difícilmente podrían comprenderlas a cabalidad. Tal confusión tiene su origen en que, siendo para pensadores y para quienes no lo son y se usa el sistema único para expresarse (el lenguaje) –ya sea al escribir o al hablar– todo hombre se cree en la posibilidad de manifestar su opinión con respecto a cualquier idea.
No se pretende en este texto excluir a quienes tienen el deseo de leer y que lo hacen con la mejor voluntad. Sólo se quiere dejar en claro que la lectura no es una práctica mecánica; antes bien, su aprendizaje debe seguir el siguiente orden: primero, aprender a pensar y hablar, luego, a leer y escribir. Importante principio que debe tenerse en cuenta antes iniciar una tarea que, si es ejercida con respeto, nos permitirá conocer lo más excelso del conocimiento humano, excluyendo, por supuesto, la literatura perjudicial e improductiva.
El devenir de la lectura:
Aunque pueda parecer algo absurdo es posible preguntarse si, de hecho, la actividad de la lectura tiene futuro. Considerando las actuales condiciones sociales puede asegurarse que esta práctica se realizará aún por mucho tiempo bajo las mismas características; por ejemplo, se preferirá la inmediatez a la profundidad en la comprensión de los textos, así como la brevedad y la banalización de los contenidos. Insistir en la idea de que la lectura tiene el futuro asegurado puede hacer que su práctica sea cada vez menos visible en las actividades del hombre. El caso extremo se presenta en el llamado hombre des-culturizado –condición ya socialmente reconocida – que, sin entender la real dimensión de esta actividad, se conforma con repetir que la lectura es imprescindible para el desarrollo individual y social del ser humano, transformando un real y válido mensaje en pura retórica con la única intención de ocultar su pobreza intelectual y una realidad que se muestra involutiva.
No puede esperarse que con sólo difundir y luego abandonar esta práctica en manos de la mayoría de seres humanos se ha asegurado su permanencia dentro de las necesidades humanas, porque, como anteriormente anotábamos, lo único que con ello puede asegurarse es que esta actividad se repliegue a los estratos culturales en los que se realiza. Así como se maneja un discurso sobre recursos naturales, medio ambiente o especies en extinción, si no es debidamente cuidada la práctica de la lectura podría extinguirse y desaparecer irremediablemente de las actividades del hombre, para, finalmente, perderse como un episodio más en la larga e infame historia de la civilización humana.
¿Qué nos lleva a dar crédito a tan rufianesca predicción? Solamente el observar que de la etapa de la letra impresa, iniciada en el siglo XV, pasamos a otra que se basa en medios visuales y orales, que exalta lo tecnológico en desmedro de lo tradicional. Nos referimos a que si aún estamos muy lejos de dominar la práctica de la lectura y de la escritura, ¿por qué intentamos sustituirlas con elementos que no contribuyen a alcanzar dicho dominio? Los seres humanos ya no se conmueven al leer un poema o una novela, ninguna idea les evoca la lectura de un buen ensayo, ya que prefieren las imágenes de los documentales cinematográficos o bien saciar su vana curiosidad con la realidad virtual, pues se dicen: “¿para qué abstraerme si puedo materializar lo que quiero?”, con lo cual la expresión de sus emociones queda limitada a lo existente. Asentando su conocimiento sólo en lo percibido por los sentidos, el hombre regresa a la primaria necesidad de sentir estímulos para poder vivir.
Con espeluznante indiferencia, el hombre está dejando a la lectura en un estado calamitoso, en ruinas una práctica destinada a imponerse como el bastión más fuerte de la cultura humana. Cuando se comprendió la real intensidad de su poder persuasivo se abusó despiadadamente de ella. La historia nos muestra etapas en las que se prohibió la lectura de libros considerados peligrosos o tendenciosos; y otras etapas, como la nuestra, en las que la abundancia de libros ociosos lleva al hombre a su inevitable perdición intelectual. En efecto, el hombre se ha dado a sí mismo tan bajo golpe, que será muy difícil su recuperación.
Lo complicado del asunto nos ha llevado a resaltar un punto de vista que generalmente omiten los escritos que tratan sobre el fenómeno de la lectura, que es el referido a la dimensión estrictamente personal de su ejercicio, importante consideración que es soslayada siempre que se parte de la premisa de que estamos entrando a una fase posterior a la del ejercicio de la lectura.
Consideraciones Finales:
Estando al lado de tantos libros nos preguntamos si la vida nos alcanzará para leerlos. La verdad es que no lo creemos. Pero el saber que existieron y existen hombres que expresaron y expresan sus ideas con mucha pasión, tristeza, indignación, alegría y fe, nos lleva a la conclusión de que debemos dar lo mismo al leerlas; este es nuestro deber como hombres civilizados.
No perdamos el tiempo leyendo cosas que no motiven nuestros corazones y que no nos impulsen a alcanzar nuestra verdad. No permitamos que nos engañen y nos hagan creer que el tiempo en que vivimos es producto de un elevado desarrollo espiritual del hombre. Antes bien, las presentes son páginas que debemos pasar de largo para poder llenar las siguientes con algo que sea verdaderamente digno de posteridad.
Cita complementaria:
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