martes, 9 de noviembre de 2010

La Poesía y su Función Social*


Por Carlos E. Luján Andrade

En los últimos decenios el desarraigo de la poesía peruana con respecto de nuestra realidad se ha vuelto frecuente. Esto puede observarse en aquella poesía donde la naturaleza del entorno es más una justificación para las disquisiciones personales del poeta que una motivación que desencadena una intensa y auténtica necesidad de criticar los cambios de su época. La modernidad, como nos dice Abelardo Oquendo, ha ocasionado la dificultad de hallar poetas integrados a su sociedad y poseedores de una postura ideológica fuerte. Esto ha llevado al conformismo del género, minando la intensidad del mensaje poético, el que más se enfoca en lo estético y lo individual.

A través del tiempo, la poesía ha generado innumerables interrogantes sobre su función en la sociedad. Pero, más allá de preguntarse ¿para qué sirve?, lo central es saber qué es lo que ésta genera y la responsabilidad que posee, aunque se corra el riesgo de caer en una búsqueda infructuosa, tal como lo admitió alguna vez T.S. Eliot, quién decía que los mismos poetas explicarían el porqué de la poesía justificando lo que ellos escribían.
Nosotros, en el afán de identificar los efectos de la poesía en el individuo y la sociedad, planteamos una modesta definición personal de lo que puede ser la poesía, y decimos modesta puesto que cada creador o lector debe poseer al menos una idea del porqué de la misma, y es que la poesía es mucho más que la expresión de sentimientos, es también un arte.
La poesía es un género popular que durante mucho tiempo se empleó para comunicar experiencias e instruir a los hombres. Desde sus orígenes cumplió una función social, ejemplo de esto fue la Grecia clásica, donde la poesía era utilizada para difundir conocimientos, T.S. Eliot nos recuerda que ella era incluida en ritos religiosos. Esto también se daría en Roma, con Virgilio y sus poemas que transmitían conocimientos de agricultura, o con otros poetas dramáticos como Esquilo y Aristófanes que buscaban transmitir ideologías al dar a conocer su posición sobre cómo debería ser la actitud del individuo en la sociedad. Por lo tanto, la poesía tuvo una participación social y política de acuerdo a la época en la que se desarrolló.
El género poético fue el medio de comunicación por excelencia para la transmisión de ideas y de instrucción hasta que la prosa la hizo a un lado por su eficiencia en comunicar directamente los conocimientos. Desde ese momento fue criticada por su naturaleza ambigua para expresar con claridad y eficacia las experiencias e ideas, una cualidad controvertida entre los amantes de la confrontación, pero a la vez un detalle preferido por los evocadores y contemplativos. En esta forma de expresión se canalizaba la necesidad de expresar emociones producto de una sensibilidad sobre ciertos hechos producidos en el entorno social. La principal motivación partía de llegar a la meta de todo arte que es “… el actuar de modo evocador y despertar emociones y estímulos para la acción o la oposición en los espectadores, en el auditorio o los lectores” (A. Hauser).
La poesía también fue usada como propaganda de normas y valores que se deseaban establecer para compartir, desde una perspectiva ideológica, una concepción del mundo, y hacer así de la obra artística y la actitud política un solo cuerpo. Arnold Hauser sostiene que artistas como Virgilio, Dante, Rousseau, Voltaire, Dickens, Dostoievski, Goya, David y Daumier, buscaron hablar de forma cruda y directa de propaganda, tesis y tendencias en el arte, formulando sus convicciones políticas, diferenciándose y alejándose de elementos estéticos en sentido estricto y separados de su obra. Por otro lado, autores como Shakespeare, Cervantes, Goethe, Balzac y Flaubert introdujeron al interior de su obra una ideología encubierta e integrada total o parcialmente a ella.
Con estos ejemplos queremos destacar que la expresión artística es producto de un impulso primario determinado por el entorno, manifestado de forma inconsciente y con capacidad para ejercer una influencia sentimental, ideológica y de acción sobre aquellos que ven en estas obras de arte la expresión de una perspectiva particular.
Ahora bien, la poesía, tiene una ventaja sobre las diferentes maneras de expresar las ideas, ya que al carecer de una imposibilidad intrínseca de ser directo y descarnado hace de su naturaleza artística una forma de inocular ciertas ideas que, en su carácter de inofensiva lírica, llega con mayor libertad a los lectores que bajan la guardia al intentar aprehender algo de ella.
Pues bien, muchas veces el debate sobre la naturaleza de la poesía se ha ceñido sobre si ésta debe ser “pura”, es decir alejada de todo elemento que pervierta el fin estético que ella busca, o si puede –y debe- comprometerse socialmente. Sartre lo escribió así alguna vez: “…el poeta se ha retirado del golpe del lenguaje-instrumento; ha optado por la actitud poética que considera a las palabras como cosas y no como signos”, esa falta de “domesticación” de las palabras explica porqué el poeta no las puede usar como instrumento, …ellos no hablan ni callan, sino que se niegan a utilizar el lenguaje”, debido a que han optado por quitar a este el carácter instrumental.
Esta visión idealizada del poeta, planteada por Sastre no toma en cuenta los efectos que la poesía puede provocar, entre ellas el efecto producido en el lector. Tenemos que tomar en cuenta que gran variedad de poetas han buscado dialogar con el lector, generar una comprensión y complicidad en sus descubrimientos espirituales, sean auténticos o no, para finalmente buscar no la lejanía emotiva y sentimental de sus imágenes, sino un acompañamiento constante en cada leída del poema, una diferente comprensión, elaborándose nuevas interpretaciones.
Esta ambigüedad aspirada por los vates, genera varios cuestionamientos. Entre ellos, la concepción de discursos que plantean ideas que repercuten en el sentir de muchos de una sola manera (léase una influencia que vaya más allá de la estética). Al respecto, Johanes Pfeiffer elabora una definición en función al estado de ánimo con el que se ejecutan los poemas y afirma que éste no puede ser considerado como la razón de la no necesidad de su plena comprensión: “…El estado de ánimo, al considerarse como algo externo, que cambia de hora en hora, de momento en momento, de manera incontrolable y premeditada… hace que la poesía, en cuanto poetización de los estados de ánimo humanos, se considere una y otra vez como un encanto que no compromete. Como pura cáscara… una cobertura inesencial… y en cambio lo objetivo, el conocimiento científico… es el núcleo sólido, la verdadera sustancia de la poesía…” , siendo lo demás, que no cuenta con este fondo, vano y engañoso. J. Pfeiffer señala al existencialismo como el que hizo posible descartar esta concepción, recordando que tanto Heidegger y Jaspers fueron los que nos hablaron de la fuerza reveladora del “temple de ánimo”, el que posee una virtud iluminadora que nos revela lo que sucede en lo más profundo de nuestro ser y que este “temple de ánimo” nos coloca ante nosotros mismos y se convierte en una “verdad interior”.
Las cosmovisiones planteadas en función de lo que la poesía significa para muchos, surge de la motivación de obtener la más cercana competencia que tiene este género en la necesidad de utilizarla como un medio eficaz y a la vez artístico de ofrecer pareceres distintos, motivados por una sensible percepción de los cambios en uno mismo y su entorno. Pero estas percepciones y pareceres, expresadas “naturalmente” por un espíritu poético, no son del todo románticos, ya que la poesía como género es una sola.
La poesía no es ni su contenido ni su forma. Pfeiffer dice: “…no importa el contenido que una poesía pueda ofrecernos, ni las ideas que exponga, ni la ideología que profese, lo que importa es la realización verbal…se puede hablar de la piedad y revelar que no somos piadosos, sino mas bien cínicos… y al hacerlo descubrir justamente cuán irremediablemente extraños somos a todo eso”, pero esto no implica la falsedad del sentimiento, no es buscar el embuste premeditadamente, porque no pueden crearse los sentimientos, no obstante, sí disfrazarse. Existe mucha poesía conservadora de tales detalles, sin embargo, hay algo que J. Pfeiffer llama “falsedad de tono”, descubridora de nuestro no hablar en serio, en la que se refleja la imitación como si fuésemos desesperados o creyentes. Esa falsedad de tono se manifiesta porque es imposible engañar al lenguaje, y es que, para el citado autor, éste posee una fuerza sentenciadora. Es de esta manera en que el estado de ánimo verdadero de la creación poética, su ética y valor, se descubren.
Descubrir la falsedad de tono es riesgoso, sobre todo en una realidad como la actual, y tenemos que ser precavidos para no caer en la arbitrariedad y la actitud grotesca al determinar la autenticidad de una poesía, alguna escuela poética o “generaciones” de poetas.
Se puede tentar algunas ideas para encontrar esta falsedad de tono. Es preciso aclarar que una de los principales objetivos de la poesía es la búsqueda del placer, así como expresar sentimientos o experiencias nuevas de una forma original o algo ya vivido, pero con nuevas imágenes que le den a la vivencia una renovada intensidad, así como evocar al lector situaciones que por sí solo no hubiese podido lograr. De este modo, la poesía tiene un poder evocador, en el cuál el mundo abstracto que emerge en nuestras conciencias nos hace consolidar o fortalecer creencias, anhelos y deseos. Por lo tanto, descubrir de dónde parten ciertas “inspiraciones poéticas” puede servir de iluminación a los depositarios de versos y estrofas.
Entendamos que el asunto no es distinguir una mala poesía de otra que no lo es -la buena poesía puede ser falsa (anacrónica o descontextualizada)-, sino cuál es el tipo de poesía que se comunica más con nosotros, la que, como se dijo líneas arriba, dialoga con cercanía. J. PFeiffer, ejemplifica una manera de “descubrir” esta falsedad, mostrándonos dos ejemplos entre la fabricación literaria y una auténtica expresión esencial; en el primero existe la impura afectación, la impertinente insistencia, jactancia y arrogancia, en el segundo está la casta sinceridad, la gravedad hermosa, firme y viril. En lo falso se descubre la trivialidad de los ritmos y de las rimas, lo barato de las imágenes, en ello hay una expresión de un horror falso y una tristeza no sentida, a la vez se puede descubrir que en este tipo de poesía se utiliza a la vida como justificación de los versos del poema, un simulacro poético que nos hace cómplices de un sentir irreal, derivándonos en una fantasía lejana y tal vez paralela a nuestro pesar por la vida real. El desvergonzado impostor fabrica, crea, finge, se burla del fervor auténtico, imponiendo una “fingida desesperación”.
Esta impostada poesía atrofia e impide la posibilidad de exigencia de conocernos a nosotros mismos y nos volvemos incapaces de percibir una “real” autenticidad humana e incorruptible, alejándonos de lo propio y cercano, como es nuestra sensibilidad social y personal. La actual trivialidad del espíritu puede estar arraigada a esta situación.
Los debates sobre la innovación, los ritmos, las rimas, etc. abundan, convirtiendo a un medio de expresión artística en pura forma, tal vez con la idea que la poesía solo está al acceso de elites intelectuales que consideran que el pueblo no necesita de la poesía para comunicar o expresar su sentir. Nuestro reclamo entonces parte del imperativo despertar de un género que está convirtiéndose en la sociedad peruana en un fósil estético.
La poesía, como sentimiento vital, tiene la fuerza de “abarcar de una aletazo la totalidad existente, conjurar lo más cercano y lo más lejano” (Pfeiffer), generando colectividades poderosas que se unen para crear sociedades sólidas en creencias y anhelos, para así en sus himnos y alegorías mostrar el coraje y respeto por lo bello y lo auténtico. La poesía es entonces “… una manifestación de amor como vía de unificación amorosa entre los individuos y la entera sociedad”.
Al respecto, José Martí reclama la función unificadora de la poesía, la que es necesaria y fértil para los pueblos. El poeta se pregunta: “¿Quién es el ignorante que mantiene que la poesía no es indispensable a los pueblos?”. Y luego se responde: “La poesía congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma pues ésta le proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla da la fuerza y la vida”.
De este modo, la visión de la poesía como propia y plena del espíritu individual y colectivo nos muestra el deseo de legitimar nuestra propia perspectiva del orden social y político, en la que nos reconocemos intrínsecos a las manifestaciones artísticas que engloban la variedad de estamentos que existen en la sociedad. Es decir, esta poesía social y comprometida nos permite buscar imaginarios que reafirmen nuestra identidad, para no solamente quedarnos en el “otro imaginario”, creador del arte favorecedor de los intereses de la clase social poseedora del monopolio de la concepción del mundo, de los valores a respetar y de lo que se considera como “aceptable”.
La falta de autenticidad poética, la existencia de una poesía vana, superficial, extraída de la necesidad de propaganda y de la reafirmación de expresiones ajenas a nuestro deseo de comunicar el propio sentir, incrementa el peligro de acabar a mediano plazo con el género poético. Marcelino Menéndez Pelayo nos decía sobre la poesía romana que su decadencia llegó rápida y fatalmente como le sucede a todo arte que no es espontáneo ni popular, pues no echó raíces en la fantasía colectiva y sólo se contentó con halagar los oídos de muy pocos y selectos jueces; así, la literatura latina fue la de más breve desarrollo y producción que la historia recuerde.
La poesía existe y existirá aún sin la conciencia de que ésta tiene una función en lo pueblos. Es de aquellas manifestaciones que surgieron como una necesidad de comunicación y aprendizaje pero terminó “cosificada”, lejos de su función primaria. La búsqueda de una nueva poesía no es planificada ni forma parte de un plan de desarrollo cultural, ésta se genera a través de una relectura espontánea de la realidad, de un deseo de autentificar nuestra necesidad de comunicar los anhelos de una sociedad, enalteciendo el espíritu primero y luego la razón, yendo de la mano de una belleza en la palabra y la voz. Lo hermoso de la poesía no está en las palabras ni en sus construcciones gramaticales, sino en lo que se dice en ellas, en sus silencios, en el impacto que genera y en la capacidad de descarnar nuestra sensibilidad para acercarnos a lo verdaderamente humano.

* Artículo publicado en la revista de ideas Lanceros Nro.1

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