La expresión de la propia idea es
comprometerse con uno mismo, depender de los conocimientos adquiridos para
crear algo personal y si es posible, original. La universidad, definitivamente,
no es un lugar para ello. Sin embargo, dentro de esta existen espacios donde se puede experimentar tales propósitos, y quizás luego de esos intentos se
pueda obtener algo digno de ser compartido. Uno de los espacios hallados fue el Taller de Narrativa de la Universidad de Lima, que por ese entonces era
una isla creativa emergiendo de un bloque corporativo de cemento, donde uno
decía lo que quería y que con algo de suerte podría trasladarlo al papel. Es en
ese lugar donde conocí al escritor Cronwell Jara que por ese entonces lo dirigía. Llegar ahí fue un descubrimiento tan grande como la primera feria del libro que visité (y no voy a negar que al entrar me emocioné hasta
casi lagrimear), y digo grande porque los pocos años que había dedicado a la
lectura hasta ese entonces los había hecho en soledad y en mi ignorancia no
sabía la existencia de talleres de ese estilo. En esa primera sesión sólo
estuvimos el profesor Cronwell y yo, así que pude hablar largamente lo que
durante mucho tiempo pensé de la literatura y que no había dicho a nadie, me
escuchó pacientemente y con dedicación me habló sobre autores latinoamericanos que conocía sólo nominalmente producto de una
educación elemental paporretera. Así, al final de dicha reunión, me acompañó a fotocopiar
unos cuentos que me dio y que serían de necesaria lectura si en algún momento quería escribir un buen relato (aún conservo
esas hojas) También fue en ese taller en el que leí mi primer cuento escrito en
mi época escolar y yo, creyendo que existía la posibilidad de mejorarlo, el
profesor Cronwell lo sentenció lapidariamente con un: “está bien como ejercicio”.
Durante ese periodo de aprendizaje fui un oyente dedicado de aquel taller de
narrativa (como en muchos otros luego de este), donde iba a escuchar de autores
y libros, y sobre todo, ver cómo era la construcción de nuevas obras que unos
compañeros compartían con orgullo y otros con vergüenza y recelo. Aprendí demasiado en ese taller, comprendí con
agrado y alivio que la creación literaria no era sobrehumana y más aún, que no
estaba sólo en dicha labor. Y que en ese literario primer paso se marcaba el
descomunal viaje hacia el encuentro con uno mismo.
Hacerle llegar mis libros al profesor
que me develó con generosidad el espíritu y el organismo de la escritura ha sido
una experiencia gratificante.
Carlos Luján Andrade / Cronwell Jara Jiménez
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