miércoles, 2 de enero de 2019

Qué serán de nuestros objetos al morir

El destino de nuestros objetos al morir dependerá de cuánto uno haya transmitido la importancia de ellos a las personas cercanas. Es por eso que objetos que generan la obsesión, anteponiendose a los afectos familiares, terminarán en el trasto de basura o vendidos al mejor postor porque recordarán que todos ellos alejaron a su posesionario de quienes lo querían.
Al comprar libros de viejo, a los libreros de confianza les preguntaba de dónde los sacaban, me decían que colocaban anuncios y los llamaban para ir a las casas y ver lo que tenían. Y si bien ya no era tan común encontrar bibliotecas, las casas más antiguas aún las conservaban. Se encontró casos donde señoras mayores ya viudas vendían los libros de sus esposos porque necesitaban el espacio para salas de costura o gimnasios. Y me inquietaba las razones por el desapego por los libros de su marido fallecido, ¿es que acaso este no supo hacerles sentir el afecto hacia ellos? En otra oportunidad, cuando quise colaborar con el Instituto Riva Aguero en mis veintes, el director que era Dager Alva, si mal no recuerdo, me mandó a la biblioteca de este intelectual peruano y ahí me dijeron que necesitaban manos para clasificar la cantidad de recibos, anotaciones, papeles en general que dejó. Eran cajas y cajas de documentos aparentemente intrascendentes, pero que el pensador creyó pertinente conservarlos. Al preguntarles a las bibliotecarias por esa predilección, me respondieron una frase que siempre se me ha quedado en la memoria: "es que él tenía sentido de la historia".
Desde ahí conservo todo lo que llega a mis manos, volantes de conciertos, boletos de rutas por las que casi nunca paso, recibos de libros y consumos, en fin, todo vestigio en papel de mi época. Aunque no los clasifico, los meto dentro de todos los libros que tengo. Y eso me quedó por la experiencia de encontrar dentro de los libros de mi abuelo, testimonios de una época que no viví. Y quizás en mi ingenuidad histórica, espero que esa sensación de que la vida está más allá de nuestra época la sientan aquellos que abran, muchos años después, algún libro que me perteneció.
En un documental del que se cuestiona su veracidad, se cuenta el caso de una persona que al caer al suelo en un metro en los EEUU, se golpeó la cabeza y perdió la memoria de forma permanente. Fue una persona que al mudarse trasladó sus objetos personales a un depósito. Ahí llevó los testimonios de su infancia y adolescencia. Cuando ya con la amnesia fue a ver si reconocía algo y así poder recuperar algún recuerdo, él los examinó, los vió con desconcierto y dijo a la cámara: "¿qué pudo haber pasado en la cabeza del que fui para conservar todo esto?, yo los tiraría". Y es cierto, cuántos de los objetos que he conservado tienen una historia, y al tener una buena memoria para lo que me interesa, puedo contar las circunstancias de su adquisición y las razones por las que quise tenerlo. Algunas veces transmito esa información sin que me pregunten. Quizás lo hago para que cuando no esté, los demás puedan conservarle algún afecto, aunque sé que ido el individuo que le dio significado, los objetos vuelven a ser solo eso, una cosa en un anaquel sin alma. Es como una función que dejaron de tener y pasan al retiro y al olvido, como aquellos nichos que carecen de flores porque ya nadie se acuerda de quién fue, ni quiénes lo amaron ni a quién amó.

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