jueves, 12 de septiembre de 2019

Creencias paranormales

En un ejercicio por encontrar las razones por las que un individuo pueda creer en cuestiones paranormales, uno explora en la propia personalidad y los recuerdos. A los siete años, me gustaba ver programas de televisión que hablaban de fantasmas u otras cuestiones paranormales. Era fanático de Un Paso al Más Allá y Galería Nocturna (La Hora Macabra) y otros más. En una ocasión, en un sábado por la noche en el que mis padres habían ido a una reunión, me quedé con mi abuela viendo la televisión. Trataba sobre la reencarnación y puedo decir con seguridad que era la primera vez que escuchaba sobre eso. Canal 7 lo transmitía. En una escena, se veía a una mujer durmiendo y sobre ella aparecía una nube blanca que flotaba. Eso fue tan impresionante para mí porque al no entender a cabalidad lo que narraba el locutor, pensé con seguridad que era el alma de un ser humano. Yo estaba sentado en el suelo y mi abuela en una silla. Volteé a mirarla y ella estaba dormida. Entonces con gritos le dije: "¡abuelita, acabo de ver un espíritu en la tv!, ¡es verdad, los fantasmas existen!" Ella me dijo que cómo va ser cierto eso, que eso es televisión. Pero no, yo porfié una y otra vez. Con el pasar de los años me percaté de mi ingenuidad sorprendiéndome de cómo pude estar tan seguro de aquello. Sonaba tan convincente que mis pequeños amigos del colegio me terminaron creyendo.

Eso sí, siempre mantengo mi criterio abierto a las cosas inexplicables. Negarlas sería negar mi misma realidad.

Moraleja: hay que tener la cabeza de chorlito o la mentalidad de un niño de ocho años para pensar en estos fenómenos de manera tan ingenua. Ojo, no hablo de creer en el alma humana, sino en la forma tan cándida en la que te lo presentan, pues así muchos lucran con la ignorancia ajena.

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Revival de la publicidad peruana.

Una publicidad de Wong, así como de otras empresas, donde por enésima vez se muestran a personas con rasgos físicos muy diferentes a los que tiene la mayoría de peruanos, retoma el debate sobre el racismo en el Perú, y me deja con la duda si realmente los peruanos, más allá del discurso de moda, de estar en contra de todo tipo de discriminación, deseamos desterrarlo de nuestra sociedad. Por ejemplo, en Youtube se ve con extrañeza los comerciales televisivos de los ochentas. Los mismos peruanos comentan sobre el país irreal que ahí se muestra. Sin embargo, su indignación es ocasional y espontánea como un comentario políticamente correcto y nada más.

Eso me hace creer que en el fondo al peruano le gusta ser mostrado así. Ese espíritu aspiracional, el deseo de ser blanqueado aún no le molesta tanto. Es sintomático que en distritos considerados más "residenciales", los habitantes quieran marcar su diferencia de clase "choleando" al resto. Insistiendo que los pudientes, los que pueden comprar sus residencias en esos lugares, no son los "cholos" porque esos viven en los "conos", y sí, aún les siguen diciendo de esa forma. Y son en esos distritos donde Wong tiene más tiendas. Es evidente el carácter aspiracional de estos establecimientos. El "cholo" hace plata para blanquearse, para ser diferente del cholo misio y por eso compra donde los "blancos" lo hacen y eso Wong lo sabe.

El publicista sabe por dónde hace agua la identidad peruana y lo usa para su provecho. No seamos tan desentendidos y no sigamos creyendo que la responsabilidad por desterrar el prejuicio y la discriminación se encuentra en las empresas de publicidad o los medios de comunicación. Es lo mismo que hemos hecho los últimos años, donde hemos fortalecido la identidad peruana en base al aprecio que los extranjeros hacen de nuestro país. ¿No hubiera sido mejor que nos comencemos a querer por lo que somos y no por lo que el mundo piensa de nosotros?

Sobre el 11 de setiembre

Hoy que es 11 de setiembre solo quiero recordar cómo me enteré de la noticia del ataque a las Torres Gemelas. Fui a la universidad temprano y mientras sacaba fotocopias escucho por mi walkman que RPP informaba de una avioneta que se había estrellado contra el World Trade Center. Luego dijeron que informarían más detalles dentro de unos minutos. Ya en la biblioteca, una compañera se acerca y me dice alarmada: "¡están bombardeando los EEUU!" Inmediatamente me fui a buscar un televisor y el único con antena era el de la cafetería. Estaba abarrotado de gente y apenas pude verlo desde la puerta. En la pantalla aparecía un edificio en llamas, pregunté y me respondieron que un avión comercial se había estrellado contra una de las Torres Gemelas. La verdad que no entendía nada y nadie me daba más respuestas porque todos estaban mirando absortos el televisor. Me fui a sentar a una de las bancas que estaban cerca para escuchar las noticias. A los minutos, del tumulto de gente salieron gritos, otro avión se había estrellado. Fui corriendo y miré a los costados confundido y vi a algunas mujeres lagrimeando y no comprendía la razón. Seguí escuchando la radio y poco a poco comenzaron a atar cabos con las noticias que les llegaban. Se deslizó la idea de un ataque terrorista. Aunque para ser sincero seguía si entender. Para ese tiempo, el "mundo civilizado" era infranqueable y un ataque de ese tipo solo había sido posible en la imaginación de un guionista de películas de guerra.

No negaré que todo lo que quedó del día permanecí angustiado ya debía permanecer en el campus hasta la noche. La única comunicación con lo que realmente acababa de suceder era mi radio ya que mis compañeros tampoco tenía la menor idea de lo que había pasado y menos los maestros. En un momento de relajo me imaginé que así sería una invasión extraterrestre. Por esa sensación de vulnerabilidad porque habían tocado a la primera potencia mundial. Si ellos estaban expuestos, cómo estaría el resto de países.

Al menos para mí, ese día se rompió el último tendón de la inocente idea de las verdades absolutas. Que nada ya es lo que parece.

lunes, 2 de septiembre de 2019

Las manos al fuego por nuestro ego.

Poner las manos al fuego por otra persona es de gran riesgo, ya que nos basamos en la imagen que ha proyectado sobre nosotros dicho individuo y sabemos que esa presentación que hacen las personas en la vida cotidiana está marcada por una serie de formalidades que les ayudan a interactuar y socializar de forma positiva. La mayoría de individuos están orgullosos de sus amistades. La confianza en el otro es por mérito propio. Es decir, tengo la capacidad de reconocer a las buenas personas y por lo tanto, cultivo una amistad con ellas. Nos repetimos eso de que no dejaríamos que nadie que no tenga los mismos valores esté cerca de mí.

Quizás esa incondicionalidad por dicha amistad no sea por la otra persona, sino por el ego de uno. Uno se dice: yo tengo la capacidad de que buenas personas estén cerca de mí. Así que ante un problema ético y moral que estos enfrenten, uno incondicionalmente los apoya y no es por la persona misma, sino por uno, por ese ego. Y decirles al resto que uno no puede equivocarse al escoger sus amistades. Uno no defiende lo que esa persona es, sino lo que uno quisiera que la persona sea o la idea que nos hemos hecho de ella.

Y si nos equivocamos, parecemos más nobles ya que hemos sido timados por un individuo malvado aprovechándose de nuestra ingenuidad. Es evidente que en estas manifestaciones de apoyo hacia un individuo que es difícil conocer del todo, más está en juego nuestro prestigio que el del otro.  

Somos una proyección de las personas que nos rodean. Alguna vez lo dijo un dicho popular de forma más clara. 

¿Qué se puede esperar de una sociedad donde inundan peluquerías, chifas y pollerías?...

¿Qué se puede esperar de una sociedad donde inundan peluquerías, chifas y pollerías? Donde el principal valor está en lo que se traga. Se ce...