lunes, 2 de septiembre de 2019

Las manos al fuego por nuestro ego.

Poner las manos al fuego por otra persona es de gran riesgo, ya que nos basamos en la imagen que ha proyectado sobre nosotros dicho individuo y sabemos que esa presentación que hacen las personas en la vida cotidiana está marcada por una serie de formalidades que les ayudan a interactuar y socializar de forma positiva. La mayoría de individuos están orgullosos de sus amistades. La confianza en el otro es por mérito propio. Es decir, tengo la capacidad de reconocer a las buenas personas y por lo tanto, cultivo una amistad con ellas. Nos repetimos eso de que no dejaríamos que nadie que no tenga los mismos valores esté cerca de mí.

Quizás esa incondicionalidad por dicha amistad no sea por la otra persona, sino por el ego de uno. Uno se dice: yo tengo la capacidad de que buenas personas estén cerca de mí. Así que ante un problema ético y moral que estos enfrenten, uno incondicionalmente los apoya y no es por la persona misma, sino por uno, por ese ego. Y decirles al resto que uno no puede equivocarse al escoger sus amistades. Uno no defiende lo que esa persona es, sino lo que uno quisiera que la persona sea o la idea que nos hemos hecho de ella.

Y si nos equivocamos, parecemos más nobles ya que hemos sido timados por un individuo malvado aprovechándose de nuestra ingenuidad. Es evidente que en estas manifestaciones de apoyo hacia un individuo que es difícil conocer del todo, más está en juego nuestro prestigio que el del otro.  

Somos una proyección de las personas que nos rodean. Alguna vez lo dijo un dicho popular de forma más clara. 

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