lunes, 16 de marzo de 2020

La indolencia citadina

En el último libro de Miguel Ildefonso, "Memorias de Felipe", encontramos un pasaje donde un niño lustrabotas se queda llorando porque el cliente se fue sin pagarle. Mientras el hombre se va por un lado, el pequeño se va gimoteando por el otro. Ese hecho me hizo pensar en el contraste que uno puede observar en las estatuas humanas del Jirón de la Unión, que no se mueven un milímetro si no le depositas unas monedas en sus alcancías. ¿Qué distancia existe entre un hecho y el otro? ¿ Dónde muere la inocencia y nace la desconfianza y la practicidad?.
El ser indolente en los negocios no es una cualidad del malvado o del monstruo capitalista obeso y de puro en la boca. El mercado no debe moverse si no hay monedas en la alcancía. No podemos empujar una piedra con intenciones. El motor de todo lo que nos rodea está en el puro y frío intercambio de bienes y servicios. Cuando no entendemos eso lo más probable es que terminemos llorando a moco tendido, pensando que debimos de vivir en un mundo mejor, y claro, no vamos detrás del deudor sino al otro lado, a planear la venganza, la destrucción del sistema que nos deja compungidos y con una gran lágrima en el rostro.

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