viernes, 12 de junio de 2009

Lima: la ciudad de nadie *

Por Carlos Luján Andrade


Marshall Berman en su libro “Todo lo sólido se desvanece en el aire” en el capítulo dedicado a Nueva York y específicamente al barrio del Bronx, nos lanza una idea que de por sí lleva a la reflexión. Esta se refiere al significado de su ciudad -de la que tanto añora y reivindica- y a su despiadada destrucción, concluyendo que dichos cambios contienen un “imperativo moral” que le ordena a sus propios habitantes que la abandonen si desean buscar “algo mejor”. Esta idea que Berman descubre en el discurso de “otro hijo del Bronx” (un ciudadano como él), nos da la oportunidad de pensar en lo que nos tiene deparado el futuro para la ciudad y sociedad limeña.

Desde hace mucho hablamos sobre el origen del estado caótico y decadente de la ciudad de Lima (aún cuando veamos muchos edificios construyéndose de los cuales aún no encontramos algún patrón urbanístico que les de alguna identidad a estas edificaciones) y en líneas generales del Perú. Todas las ideas lanzadas hacia la reflexión sobre nuestro entorno siempre han contenido adjetivos negativos cargados de frustración, proporcionado a la idea colectiva de país y de ciudad un sentimiento de tristeza y subdesarrollo al que le hemos querido hallar responsables, encontrando a muchos de ellos en nuestro tiempo como si la culpabilidad del caos y el subdesarrollo fuese una función delegativa de generación en generación. El representar a Lima con un paisaje sombrío, refleja el parecer de una población que percibe a su ciudad como un proyecto inacabado en el que se intentó reflejar el avance de un pasado mundo moderno pero que “por alguna causa desconocida” todo ese empeño por concluirlo se desvaneció. Son notorios los momentos de la historia cultural del Perú donde se ha intentado apreciar a Lima como la otrora rica y burguesa ciudad donde los “más grandes valores” de su sociedad se manifestaban en la vida cotidiana de bienestar y lujo de sus habitantes. Lo que queda ahora de ese tiempo (sean edificaciones republicanas, monumentos representativos de la oligarquía limeña, historias de tapadas, sanguito[1] y revolución caliente[2]) revitaliza a aquellos que aún conservan los apellidos de las otrora influyentes familias; grupos sociales aferrados a un pasado que les otorga aún un sentimiento de pertenencia hacia un magnífico recuerdo de lo que fue su gran ciudad. Lejos de ese grato recuerdo se encuentra la actual ciudad de Lima en la que sus ocho millones de habitantes le dan no uno sino variopintos rostros diferentes por lo que es difícil reconocer esa identidad perdida pues cada sector de la ciudad le da una visión distinta de lo que ella debe ser.

Se afirma con certeza que la modernidad nunca estuvo de acuerdo con una ciudad colonial como Lima porque ella nunca quiso ser capital de un país y que cuando le delegaron responsabilidades de ciudad gerencial, ella huyó como aristócrata al que se le obliga a trabajar. Así, nuestra ciudad se dejó dominar por aquellos que detentaban el poder de administrarla. Jamás se vio en la antigua ciudad de Lima un intento de querer imponer su opinión (presencia cultural como ciudad), de ser el eje de un país, sólo calló y el tiempo se encargó de relevarla por influencias externas. Ya han pasado los tiempos en los que Luis Alberto Sánchez nos hablaba de “los dueños del Perú”. Ahora, eso es difícil de distinguir.

Se puede plantear la pregunta ¿quién quiere ser dueño del Perú? No imagino muchas manos alzadas para asumir tal responsabilidad. Es comprensible que los ciudadanos de hoy ya no sepan hacia dónde dirigir sus lealtades y expectativas, la historia nos dice que nunca fue compatible el querer con lo hecho. Al observar alrededor y mirar nuestra ciudad -que al pasar de los años sigue siendo considerado el Perú oficial- vemos olvido y sueños incumplidos, el todo sucumbió cuando los tiempos que le dieron esa unión cambiaron. Al andar por la ciudad de Lima vemos distintas formas de vivir, formas que se han ido consolidando desde que muchos inmigrantes vinieron a establecerse en la capital. Aparentemente, el limeño es aquel que vive en la capital del Perú y que la identidad que nos une al otro ciudadano es lo incumplido, lo no logrado. Aún observamos un Cerro San Cosme, un Cerro San Cristóbal: inacabados, poblados con el mismo orden después de cincuenta años y a los hijos de estos pobladores cubrir los cerros restantes. Muchos de ellos han expandido distritos y hecho crecer a la ya, Lima inefable. Si nos preguntamos ¿Dónde están los que fueron los dueños del Perú?, ellos se fueron para no regresar, y ¿hacia dónde? A las afueras, a otros países, dejando lo que fue la raíz de su identidad, viviendo de las “joyas de la abuela” por años para luego abandonarla en medio de un paisaje decadente. La Lima que ahora ya ninguno desea, es el reflejo de que nadie desea esa historia, una infame en la que las clases sociales eran sólidas como la piedra y que el pueblo miraba desde lejos ese mundo que nunca sería suyo. Así, esta ciudad llamada Lima es la hija de tiempos pasados que se mira con desdén por los que ahora la pueblan, ciudadanos que con mal gusto tugurizado adornan sus balcones que para ella fueron emblemas de elegancia y fastuosidad en su época de juventud. Pero Lima nunca fue señorial, era una ciudad desordenada, llena de excremento de caballo y barro, sin embargo siempre nos hicieron creer lo contrario y ahora se vive de ese falso pasado.

Hace un tiempo, un ex alcalde de Lima inició una campaña para recuperar el centro histórico de la ciudad mediante un slogan que decía: “Lima renace, su gente lo hace”. Lo que lleva la reflexión es preguntarse ¿quién es esa gente a la que se refiere?, porque la gente que hizo de Lima lo que fue, ya no está aquí, huyeron con todo su estilo de vida cargado sobre las espaldas o fueron arrasados por las revoluciones sociales setenteras. ¿Qué es lo que renace si Lima nunca ha muerto, ella desde hace más de quinientos años nos observa, envejecida y conforme? La urbe va haciéndose paso sobre Lima, lo característico ya deja de tener sentido para nosotros. La identidad de los ciudadanos que pertenecen a una ciudad cambiante no se reconoce en las casonas, plazas, jardines; tal vez se identifique con el deterioro de ellas ya que eso sí es compatible con la historia del Perú, es decir: la desestructuración latente. Debido a esta identificación con lo empobrecido y decadente de una ciudad desmembrada -carente de cualquier contenido valorativo- resulta difícil deducir si alguien la desea reclamar como suya. ¿Es posible encontrar en esta modernidad arquitectónica reciente, algún destello por hallar una identidad propia? En el origen de la historia de su fundación sólo queda conocer un referente en el tiempo y el espacio, pues los ideales con los que fue creada ya no le pertenecen a nadie.

Ahora cada ciudadano desea construir su propia ciudad ideal, sea fuera o dentro de Lima. La ambición de pertenecer a una gran urbe no se refleja en la construcción de una ciudad capital que represente una nueva identidad unitaria para todas las aspiraciones de sus ciudadanos. Todos los que llegaron luego -que tiempo atrás la Lima clasista los negó y excluyó- ahora manifiestan su interés por marcar su propia huella y voluntad en esta tierra que los acoge. No quedan barrios tradicionales prósperos, sólo edificaciones representativas de una época en la que todavía se podía mantener una separación entre la ciudad y la urbe. Pero ese pasado no lo reclama nadie. Sin compasión se destruyen edificaciones que significaron antes algo a una clase media desaparecida, y cuando las edificaciones modernas se posan sobre terrenos que antes pertenecieron a solares coloniales o a casas tradicionales limeñas, apenas se lanza un suspiro de resignación como si se supiera que algo que nadie reclama está destinado a su desaparición y olvido. Algunos de los aferrados a ese pasado estático saben que son los últimos que recordarán con nostalgia lo que alguna vez fue su ciudad, las generaciones actuales, que nunca conocieron el significado de los recuerdos, solo ofrecen un panorama desolador a aquellos que aún desean construir una historia basada en la melancolía. Lima dejó de ser una ciudad virreinal, nunca fue una ciudad industrial y ahora es una ciudad con un pie entre lo tradicional y lo moderno. Los sectores urbanos marcan esa diferencia. Su expansión jamás fue siguiendo los históricos patrones urbanos limeños porque la misma Lima nunca deseó que su apogeo y belleza se masifiquen, impidiendo así, el auge de su esplendor.

Por eso, la misma civilización le ha dado a Lima el castigo al egoísmo y altanería con que trató a sus nuevos habitantes. Es preciso determinar el verdadero sendero a seguir por esta Lima envejecida, resistente a vivir de su mítico pasado. Es momento de mirar a esa nueva gente en que nos tenemos que incluir: la inmigración que dejó hace muchos años de ser una mera curiosidad urbana y asumir que desde ahora serán la nueva cara de una ciudad que de a pocos, acepta sus nuevos rostros. Lima aún sigue siendo el Perú si la definimos como una ciudad en la que confluyen muchas etnias y culturas, ya que desde la creación de nuestro país, esta es el barómetro de nuestros cambios sociales y es por esa razón por la que debemos fomentar la coherencia social y urbana a esta urbe si deseamos escribir sobre Lima una nueva y más apropiada historia.

NOTAS:

[1] Dulce limeño.
[3] Procesión del Señor de los Milagros en Barranco, Lima. Octubre 2008. Foto de Martin León-Geyer.

* Texto revisado y corregido por Anahí Vasquez-de-Velasco y que también aparece en la página Arbolaridad: blog-revista-agenda para el arte y cultura

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