"Los grandes no están solos; de la oscuridad surgen las voces de los predecesores, claras y animosas; y por lo tanto, a través de las edades realizan un desfile imponente, orgullosos, impávidos, inconquistables. El ingresar en esta gloriosa compañía, el engrosar las filas de los que el destino no logró someter, puede no ser la felicidad: ¿pero qué significa la felicidad para aquéllos cuyas almas están llenas de esa música celestial"
(Diccionario del Hombre Contemporáneo / Bertrand Russell)
¿Y cuándo se llenó el Perú de cobardes, de buscadores de esa felicidad degenerada asociada a lo dionisíaco?, de usar la libertad para satisfacer lo instintivo y lo más lejano a las virtudes del hombre. ¿Cuándo dejamos de creer en algo que esté más allá del placer? ¿Por qué los grandes hombres de este país andan sentados tras un escritorio para luego ir a la sepultura? y lo más trágico es que en algún momento los pervertidos de corazón los quieren corromper para justificar su inmoralidad tentándolos con todo aquellos que ellos mismos no pudieron resistir, y qué dichosos son cuando los valientes caen de bruces sobre el asfalto sin pena ni gloria. De ahí que se nieguen a brindarles respeto para demostrar que su valor no conduce a nada.
Por eso un campeón sudamericano termina barriendo las calles en España, por eso soldados que expusieron su vida en Zarumilla terminan recibiendo 100 soles del Estado 60 años después y ni qué decir de los del Cenepa, andando a su suerte luego de defender algo que desde niños les dijeron que era valioso.
La única revolución que necesita este país es la que extirpe la cobardía del alma nacional porque no me resigno a creer, como dijo D.H. Lawrence, que el coraje finalmente haya abandonado a los hombres.
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