Cuando el ex defensa central de la selección argentina
campeona de México 86, Oscar Ruggeri, contaba acerca de los entretelones de la
campaña que los llevó a ser campeones, él contó un consejo de su director
técnico Carlos Salvador Bilardo cuando ellos estaban preocupados por los
víaticos que les darían por su participación en el Mundial. Bilardo le dijo que
se olvidaran de esos requerimientos, que se concentraran en lo futbolístico.
Que el objetivo era ganar la copa y que si lo lograban, la gente nunca lo
olvidaría y más importante que el dinero era la gloria, siendo eso algo
impagable por el resto de sus vidas. Ruggeri en ese momento no lo entendió del
todo porque era joven y creía que para necesitar eso faltaban muchos años.
Ahora que ya es una persona de 56 años, sabe que esa copa del mundo le ha
permitido vivir y ser considerado de mejor forma por el pueblo argentino que
otros jugadores igual o más talentosos pero que nunca levantaron la copa del
mundo. ¿Qué se puede aprender de esto conociendo que ambos han sido personas
que usaron el juego sucio para obtener sus objetivos? Es conocida la fama de
Bilardo desde que era un pincharrata (jugador de Estudiantes de la Plata) y
Ruggeri, un jugador controversial y agresivo que hasta ahora se enorgullece se
intentar romperle la pierna a Chilavert cuando este último jugaba en Vélez.
Es evidente que ambos personajes pese a su juego sucio,
lograron mucho éxito. La palomillada fue premiada con la gloria y el
reconocimiento. En el fútbol, la placa de los más triunfadores está plagada de
oportunismo, trampa y violencia. Y eso es porque cuando uno compite por una
copa todos son conscientes que es una sola, por lo que podemos decir que solo
uno podrá obtenerla. No hay medias tintas ni merecimientos honrosos. Aquellos
que no logren ganarla serán los perdedores que pocos recordarán. Esa naturaleza
competitiva de este deporte hace que las enseñanzas morales solo queden en
poesía futbolera, en que cierto dignidad
puede existir pese a la derrota. En un
encuentro por la liga italiana en el año 85 entre el Udinese de Zico y el
Napoli de Diego Maradona, ocurrió un hecho que ejemplifica lo manifestado
líneas arriba. El encuentro estaba bien disputado y lo ganaba el Udinese,
cuando en un ataque del Napoli, Maradona salta y con la mano logra empujar el
balón hacia el arco contrario anotando el gol del empate. El árbitro no se dio
cuenta y lo validó. Maradona cuenta que
luego de celebrar se le acerca Zico y le dice que eso no puede aceptarlo, que
ha sido mano y es desleal. El jugador argentino le extiende la mano y le dice:
“Soy Diego “desleal” Maradona, mucho gusto”. Y remata su anécdota diciendo que
él aguantó demasiadas trampas contra él como para no aprovecharse de una. Este hecho fue un año antes de la llamada
“mano de dios” que los llevó a vencer a los ingleses en el mundial de México.
Así podemos hallar hartos ejemplos sobre cómo la viveza ha
sacado ventaja en este deporte. El más trascendente para los peruanos está el
partido contra Chile en Santiago para la clasificación a Francia 98. La
hostilidad hacia nuestra selección fue brutal y eso minó gravemente nuestros ánimos.
Es espíritu deportivo fue anulado y se usó las más arteras estrategias trayendo
como consecuencia nuestra eliminación inapelable. La Fifa, siendo consciente de
que esta práctica es más común de lo que el juego limpio puede aceptar, creó un
premio que suena a consuelo, un reconocimiento al hecho de no dejarse tentar
por la idea de que “el fin justifica los medios”. El premio “Fair Play” es de
esta naturaleza. Si lo vemos con ojos criollos, diríamos que es el
reconocimiento al más huevón del campeonato. No es extraño que la selección
peruana lo recibiera en la Copa América de 2015 organizada en Chile, siendo
quizás una de los campeonatos más sucios de los que se han organizado, y
justamente ganado por la selección más tramposa de las participantes y a la vez
anfitriona.
¿Qué podemos entender de todo esto? Que la naturaleza del
fútbol no va de la mano con la ética y la moral. Y si eso lo aunamos a que es
un deporte de contacto, el asunto se agrava más. Es común escuchar anécdotas
deportivas en donde esa llamada “viveza” es casi catalogada como un acto de
honor. La transgresión de las normas con el objetivo de obtener la gloria es
moneda corriente porque el ganar un campeonato de fútbol, sea uno barrial hasta
la copa del Mundo, lleva un significado único y avasallador. Ser campeón de un
deporte donde la mala maña es usada para obtener la mayor ventaja posible, es
considerado una gesta. Pocos son los que pueden enorgullecerse de decir que fue
obtenido limpiamente ya que se encuentran tan contaminado estos campeonatos de
dicha mala sangre que si alguna vez sucediera que un equipo la obtuvo siguiendo
principios éticos y morales, nadie lo creería.
De esta forma debemos entender que lo deportivo tiene un
significado importante, no obstante, no lo es todo si es que queremos más que
participar. Uno debe asumir que el fútbol como otras prácticas competitivas
contiene un lado siniestro que va más allá de la praxis sana. Es de ingenuos
creer que tras una campaña de éxitos no encontremos actos injustos que lo
sostienen.
Hay que asumir que salir victorioso tiene un precio alto.
Que si uno anhela tener el brillo que poseen los triunfadores, se deben de
romper códigos y principios. Un penal mal cobrado te puede hacer campeón del
mundo así como cobrar un gol fantasma o dejarse golear para beneficiar a un
equipo. Así hay más hechos que nunca se sabrán pero que de alguna forma se
manifiestan cubiertos de escepticismo y duda.
Una copa del mundo de fútbol contiene demasiado valor,
cambia vidas, define la suerte de individuos, selecciones, empresas y de los
mismos organizadores. Hay demasiado en juego para que un gol fortuito pueda
decidirlo. La pelota no puede ser un dios, un gran dado que juega con los
destinos de tantos. He ahí la principal clave para descifrar que en el fútbol, mientras
más alto se llegue, lo deportivo va perdiendo su importancia. Y si bien no
siempre sale como se planifica, siempre se buscará la forma porque ese “azar”
sea lo más manejable posible.
Cuando se le exige a un seleccionado ser campeón, debemos
considerar que no solo estaremos hablando plenamente de fútbol.
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