Las ideas se construyen en base a conceptos establecidos. Términos en los cuales la mayoría pensante ha llegado a un acuerdo. Si digo que algo es azul, puedo proponerlo como el color para pintar una habitación o cualquier objeto. Así, entendiendo cómo es la tonalidad de este es que escucho nuevas propuestas para aplicarlo. De igual forma, asentamos nuestra razón en asuntos que no ya no se deben cuestionar porque son sólidos y racionales. Pasaron la prueba de la investigación. Y es que los seres humanos pensantes hemos hecho la tarea. En muchos casos, habiendo aprendido correctamente el método científico, podemos preguntarnos, reflexionar, opinar, desarrollar y concluir ordenadamente una idea que ante cualquier pregunta se podrá absolver las interrogantes sobre nuestra propuesta. Eso sí, descarto a aquellos que aplican mal el método, pues teniendo una idea establecida, buscan teorías y argumentos que corroboren sus descabelladas propuestas. Esos son los peores porque son más difíciles de desenmascarar. Pero continuemos.
Si todo funcionara así, sería genial. Uno puede conversar con la gente y dejar fluir la razón. No obstante, maldita sea, existe gente que dice que el azul no es azul, que es otro color. Así, todo se desbarata, se derrumban los códigos que durante muchas lecturas y reflexión uno construye. Cuando la ignorancia arremete, nadie queda a salvo. Es imposible la comunicación y uno tiene que guardar silencio o rebuscar muy en el fondo, en los cimientos de los conceptos primeros, aquellas ideas elementales que casi uno ha olvidado porque ya no están instaladas en los recuerdos de los conceptos, sino en la moral (o en el alma) de los seres humanos. Y nos condenamos a explicar al ciego a voluntad y con la teoría de los colores en mano, de qué color es un cielo que nunca ha visto. Y para colmo no te cree porque en un sueño ese color era diferente a lo que la lógica muestra. Bendita sea la humanidad.
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