lunes, 26 de noviembre de 2018

Memorias Habaneras




Memorias Habaneras
Denisse Santisteban Valle

por Carlos E. Luján Andrade

El planeta alimentado por la luz
de una luciérnaga que no tarda en morir
(Preludio a la decepción / Julián Farkas)

Ante la pregunta sobre por qué uno debe interesarse por la poesía, múltiples respuestas vienen a nuestra cabeza. Sin embargo, la más sincera y sencilla es para poder expresar nuestro mundo interior. Ese que sucede en la oscuridad del silencio, la realidad interna que comprime el pecho cuando se hace más compleja y angustiante. Un universo que crece al interior sin tener otro escape que el arte y en el caso de la poesía, la palabra. Así, las imágenes poéticas irán a nuestro auxilio cuando el lenguaje corriente nos asfixie con sus significados.  Ahí encontraremos el testimonio, la bitácora metafórica de sentimientos intensos, de estados orgiásticos que son la búsqueda por intentar aplacar el estado de separación que el ser humano experimenta cuando se aleja de sus sentimientos primarios. En la poesía vemos la anatomía de esa travesía. El amar es una forma de entregarse a buscar nuevamente unirse con el mundo, con todo aquello que esto implique. El mismo romanticismo lo  lleva a asumir los riesgos de vivir al borde de tales pasiones. Se sufre como se goza en el límite del delirio, pues como dice Byron, debemos sentir en el dolor.

Memorias Habaneras es una declaración tardía de amor, el mirar hacia atrás para revivir lo ido intentando que aún permanezca, porque como dijo Juana de Ibarbourou “hay una verdadera embriaguez en volver andar entre los propios trigos y elegir nuevas gavillas”. Denisse Santisteban retorna a la isla -qué metáfora tan fuerte para hablar de los sentimientos perdidos- y reconstruye el amor que no le es ajeno porque vuelve a la persona y la hace suya. Derrumba la barrera que existía entre dos desconocidos para vivir la experiencia explosiva del enamorarse, tal como lo dijo Erich Fromm para distinguirlo del amor mismo. Y es que así también declara que el enamorarse es de corta duración.

La estructura de Memorias Habaneras retiene esa explosión, detiene la pasión con un anticipo de lo que vendrá. Las especulaciones que los seres humanos fabricamos cuando estemos cerca de sentir la consumación del deseo. Ella nos dice en el poema “Emoción”: “Cuando mis labios te toquen / cuando mis ojos se pierdan / cuando mis dedos te rocen / y se fundan ardientes / con tu volcán en erupción; / Y el dolor ya no duela / y el placer nos inunde / en un diluvio emocional / como una bomba anatómica/ estallando en el instante preciso.” Más aún, no solo reconstruye la sensación personal, sino también crea un mundo donde vuelva a arraigarse y el objeto amado se transforma en una estrella vital de su planeta, así en los versos de Paraíso leemos lo siguiente: “Deja que tu primavera sobre mi invierno / se pose y lo envuelva en calma, / que tu sol inyecte ternura a mi luna descarriada”. No solamente ya está situada en su planeta personal, sino que en la vivencia de dicha pasión también determina su ser y su lugar, define la propia existencia en la presencia y vida del otro. El poema “Donde te quiero”: “Tú estás donde te quiero, / en el espacio en que habito, / en el lugar que me conecta / con el instante en que te miro. / Estás y no estás / y aunque no estés, existes siempre…”

Aquí situada en esa naturaleza, nos ha recreado un mundo que se ha independizado de la carga terrenal aunque no la abandona, ya que como veremos en los versos citados más adelante, la posesión corporal consuma aquello que hace de esta pasión algo real. Pero sigue especulando, convenciendo de que con su afecto ha construido un paraíso perfecto. Le dice en “SI” : “Si me amaras/ habrías descubierto el paraíso bajo la lluvia (…) Si me eligieras / seríamos compañeros y artífices de una nueva revolución / revolucionaríamos el concepto de amor-pasión /llevándolo a niveles desconocidos, (…)”

Sin embargo, no pierde la noción de humanidad del desencadenante de su afecto que a pesar de ser avasallador, lo frena solo como la autora de tales versos lo puede hacer, con un juego de palabras que usa como inteligente freno de mano pasional. Así es “Viceversa”: (…) Me gustas solitario, / te quiero imperfecto, / te quiero insurrecto, / me gustas libertario. / Me gustas así, idealista, /te quiero en mí albergado, / Te quiero total y extasiado, / me gustas humano y artista…”

Y luego vuelve a invocarlo no como el  que sostiene su existencia ni creador de esa realidad pasional, conmovedoramente construida en base a su fe en esa pasión, sino invitándolo a que sea parte de él: “Me gustas cielo profundo, / te quiero mar adentro, / te quiero en mi centro, / me gustas en mi mundo.” Es en ese tránsito donde Santisteban va más allá, trasciende y pide no solamente su presencia a su lado, sino también desea la unión, la conquista absoluta de aquello que sabe que en un momento desaparecerá. Así, el poema “Con Ganas de” lo manifiesta: “Con ganas de tomar tu mano / y caminar sin rumbo, (…) / improvisar filosofías / de sueños y atardeceres, / de la vida y la muerte / y de la lucha día a día / sentirnos sobrevivientes / creernos semidioses / sabernos intensos y arrebatados /saberte, sí, saberte mío, / aunque esa eternidad  dure un segundo.”

Aquí el poemario tiene su punto de inflexión. Lo efímero se hace presente. Ya nos da las señales del instante eterno, y la vuelta a la sensación de separación. El advenimiento del desmembramiento de ese ser unificado que despierta y se sabe ajeno, que ahora en realidad son dos y que la ilusión de la unidad era un espejismo, que la fusión de los dos amores estaban sostenidos en la intensidad de un impacto de emociones de seres solitarios. Porque como nos dice Eric Fromm en El Arte Amar: “Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso –es una decisión, es un juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no existirían bases para esa promesa de amarse eternamente. Un sentimiento comienza y puede desaparecer.”

Santisteban sabe que dicho mundo se está extinguiendo, que el gran asteroide ya le sobrevuela, no lo ve directamente, solo de soslayo, el resplandeciente brillo que trae el calor de la destrucción le avisa de lo inminente. “¿Qué haremos cuando se acabe? / ¿Qué sucederá cuando no te recuerde más? / La eternidad se habrá ido, / para volver a mi mortalidad cotidiana”.  Y el desvanecimiento de dicha realidad también conlleva a la existencia de su ser pasional creado: “a mi yo que ya no es yo, / ni un poco que yo siquiera, / porque me desvanecía con tu recuerdo.”

Es así, que ya abandonando esa isla – mundo, rememora con melancolía los rezagos del éxtasis vivido, como todos aquellos que hemos sido expulsados de nuestros paraísos personales. Y que desorientada rebusca en lo que queda de aquello, los sentimientos perdidos. “Fuera de amor”: “Qué buscar / en la infinita nada, / en tu hoy distante mirada, / de color – contraste mar, /mar que ahora desierto / no me inyecta vida y va abriendo herida. / (…) Qué esperar / de mi memoria nostálgica, / de tu sonrisa ya borrada / de mi antigua felicidad (…)”

Y en esa exploración, en esa espeleología emocional, hace un último intento de reconocerse en aquello que va desapareciendo. Observa el entorno describiendo lo que queda, el cascarón de las ilusiones ya vacías. Los poemas finales poseen la misma intensidad de los primeros, aunque las palabras ya dominan los versos porque la experiencia sensual se va desvaneciendo, no sin antes declarar que existen otros mundos por habitar, que el relevo no está en la presencia sino en el sentir porque el poeta ama una vez y con el transcurrir de los años solo cambia el nombre de ese amor. Leemos en el poema “Deshabitada”: “Las lunas transcurren / en estas noches deshabitadas, / sobreviven fuera de ti / sin sus estrellas solitarias, (…) / Te sobreviviré / como te he sobrevivido siglos y vidas pasadas / a cada guerra, a cada pacto, / a cada acuerdo de paz, a cada sueño roto, / a cada leyenda, / a cada latir / que tras miles de existencias / nos reencontró una vez más / tal como siempre, / para darme la certeza / de que aún me quedan fuerzas / para seguir sobreviviendo…te.”

Memorias Habaneras nos da en su lenguaje una realidad inequívoca,  donde traslada lo bello de una vivencia, de la experiencia de la autora,  hacia auténticas imágenes profundas que buscan invadirnos con la expansión de su alma poética. Cuando hablamos de las memorias, es también referirnos a la contemplación, al descanso después de la tormenta. Visitar, quizás por última vez, aquella vieja satisfacción, volver a las fuentes, pues como dijo Romain Rolland: “Cada cual lleva en el fondo de sí mismo un pequeño cementerio de los que ha amado.” o como Blanca Varela: “tras la rosa, sombra.”

Este poemario es la declaración de una pasión pasada, ida, en el que se muestra esa necesidad de invocar la nostalgia, reconstruir el placer y el sufrimiento, aunque quizás todo aquello esté disipado y se vuelva a armar metafóricamente con imágenes de poesía. Un regreso a la isla donde lo inmenso del mar como del tiempo no sea óbice para volver a visitarla. Aunque veamos cierta resistencia a seguir habitándola e impedir el regocijo en lo que no llegó a ser. Evitando ser como lo dicho por Alice Munro  acerca de las miradas de ciertas personas, abandonadas en islas elegidas por ellos mismos, penetrante, satisfecha. La memoria es imperativa, vuelve sin permiso y uno la poetisa dando un testimonio de lo que se disipa, aunque esta ande dormida por mucho tiempo, esta retorna. Alice Munro también no dice en Demasiada Felicidad: “Durante mucho tiempo te desprendes del pasado con facilidad y de una forma que parece automática y adecuada. Las escenas del pasado, más que desvanecerse, dejan de tener importancia. Y entonces se produce una brusca vuelta atrás, lo que está acabado y bien acabado resurge de repente, requiere tu atención, incluso que hagas algo al respecto, aunque salte a la vista que no se puede hacer nada.” Memorias Habaneras es un intento más de que se pueda hacer algo, así sea con el verso.

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