Memorias Habaneras
Denisse Santisteban
Valle
por Carlos E. Luján Andrade
El planeta
alimentado por la luz
de una
luciérnaga que no tarda en morir
(Preludio a
la decepción / Julián Farkas)
Ante la pregunta sobre por qué
uno debe interesarse por la poesía, múltiples respuestas vienen a nuestra
cabeza. Sin embargo, la más sincera y sencilla es para poder expresar nuestro
mundo interior. Ese que sucede en la oscuridad del silencio, la realidad
interna que comprime el pecho cuando se hace más compleja y angustiante. Un
universo que crece al interior sin tener otro escape que el arte y en el caso
de la poesía, la palabra. Así, las imágenes poéticas irán a nuestro auxilio
cuando el lenguaje corriente nos asfixie con sus significados. Ahí encontraremos el testimonio, la bitácora
metafórica de sentimientos intensos, de estados orgiásticos que son la búsqueda
por intentar aplacar el estado de separación que el ser humano experimenta
cuando se aleja de sus sentimientos primarios. En la poesía vemos la anatomía
de esa travesía. El amar es una forma de entregarse a buscar nuevamente unirse
con el mundo, con todo aquello que esto implique. El mismo romanticismo lo lleva a asumir los riesgos de vivir al borde
de tales pasiones. Se sufre como se goza en el límite del delirio, pues como
dice Byron, debemos sentir en el dolor.
Memorias Habaneras es una
declaración tardía de amor, el mirar hacia atrás para revivir lo ido intentando
que aún permanezca, porque como dijo Juana de Ibarbourou “hay una verdadera
embriaguez en volver andar entre los propios trigos y elegir nuevas gavillas”.
Denisse Santisteban retorna a la isla -qué metáfora tan fuerte para hablar de
los sentimientos perdidos- y reconstruye el amor que no le es ajeno porque
vuelve a la persona y la hace suya. Derrumba la barrera que existía entre dos
desconocidos para vivir la experiencia explosiva del enamorarse, tal como lo
dijo Erich Fromm para distinguirlo del amor mismo. Y es que así también declara
que el enamorarse es de corta duración.
La estructura de Memorias
Habaneras retiene esa explosión, detiene la pasión con un anticipo de lo que
vendrá. Las especulaciones que los seres humanos fabricamos cuando estemos
cerca de sentir la consumación del deseo. Ella nos dice en el poema “Emoción”:
“Cuando mis labios te toquen / cuando mis ojos se pierdan / cuando mis dedos te
rocen / y se fundan ardientes / con tu volcán en erupción; / Y el dolor ya no
duela / y el placer nos inunde / en un diluvio emocional / como una bomba
anatómica/ estallando en el instante preciso.” Más aún, no solo reconstruye la
sensación personal, sino también crea un mundo donde vuelva a arraigarse y el
objeto amado se transforma en una estrella vital de su planeta, así en los
versos de Paraíso leemos lo siguiente: “Deja que tu primavera sobre mi invierno
/ se pose y lo envuelva en calma, / que tu sol inyecte ternura a mi luna
descarriada”. No solamente ya está situada en su planeta personal, sino que en
la vivencia de dicha pasión también determina su ser y su lugar, define la
propia existencia en la presencia y vida del otro. El poema “Donde te quiero”:
“Tú estás donde te quiero, / en el espacio en que habito, / en el lugar que me
conecta / con el instante en que te miro. / Estás y no estás / y aunque no
estés, existes siempre…”
Aquí situada en esa naturaleza,
nos ha recreado un mundo que se ha independizado de la carga terrenal aunque no
la abandona, ya que como veremos en los versos citados más adelante, la
posesión corporal consuma aquello que hace de esta pasión algo real. Pero sigue
especulando, convenciendo de que con su afecto ha construido un paraíso
perfecto. Le dice en “SI” : “Si me amaras/ habrías descubierto el paraíso bajo
la lluvia (…) Si me eligieras / seríamos compañeros y artífices de una nueva
revolución / revolucionaríamos el concepto de amor-pasión /llevándolo a niveles
desconocidos, (…)”
Sin embargo, no pierde la noción
de humanidad del desencadenante de su afecto que a pesar de ser avasallador, lo
frena solo como la autora de tales versos lo puede hacer, con un juego de
palabras que usa como inteligente freno de mano pasional. Así es “Viceversa”:
(…) Me gustas solitario, / te quiero imperfecto, / te quiero insurrecto, / me
gustas libertario. / Me gustas así, idealista, /te quiero en mí albergado, / Te
quiero total y extasiado, / me gustas humano y artista…”
Y luego vuelve a invocarlo no
como el que sostiene su existencia ni
creador de esa realidad pasional, conmovedoramente construida en base a su fe
en esa pasión, sino invitándolo a que sea parte de él: “Me gustas cielo
profundo, / te quiero mar adentro, / te quiero en mi centro, / me gustas en mi
mundo.” Es en ese tránsito donde Santisteban va más allá, trasciende y pide no
solamente su presencia a su lado, sino también desea la unión, la conquista
absoluta de aquello que sabe que en un momento desaparecerá. Así, el poema “Con
Ganas de” lo manifiesta: “Con ganas de tomar tu mano / y caminar sin rumbo, (…)
/ improvisar filosofías / de sueños y atardeceres, / de la vida y la muerte / y
de la lucha día a día / sentirnos sobrevivientes / creernos semidioses /
sabernos intensos y arrebatados /saberte, sí, saberte mío, / aunque esa
eternidad dure un segundo.”
Aquí el poemario tiene su punto
de inflexión. Lo efímero se hace presente. Ya nos da las señales del instante
eterno, y la vuelta a la sensación de separación. El advenimiento del
desmembramiento de ese ser unificado que despierta y se sabe ajeno, que ahora
en realidad son dos y que la ilusión de la unidad era un espejismo, que la
fusión de los dos amores estaban sostenidos en la intensidad de un impacto de
emociones de seres solitarios. Porque como nos dice Eric Fromm en El Arte Amar:
“Amar a alguien no es meramente un sentimiento poderoso –es una decisión, es un
juicio, es una promesa-. Si el amor no fuera más que un sentimiento, no
existirían bases para esa promesa de amarse eternamente. Un sentimiento
comienza y puede desaparecer.”
Santisteban sabe que dicho mundo
se está extinguiendo, que el gran asteroide ya le sobrevuela, no lo ve
directamente, solo de soslayo, el resplandeciente brillo que trae el calor de
la destrucción le avisa de lo inminente. “¿Qué haremos cuando se acabe? / ¿Qué
sucederá cuando no te recuerde más? / La eternidad se habrá ido, / para volver
a mi mortalidad cotidiana”. Y el
desvanecimiento de dicha realidad también conlleva a la existencia de su ser
pasional creado: “a mi yo que ya no es yo, / ni un poco que yo siquiera, /
porque me desvanecía con tu recuerdo.”
Es así, que ya abandonando esa
isla – mundo, rememora con melancolía los rezagos del éxtasis vivido, como
todos aquellos que hemos sido expulsados de nuestros paraísos personales. Y que
desorientada rebusca en lo que queda de aquello, los sentimientos perdidos.
“Fuera de amor”: “Qué buscar / en la infinita nada, / en tu hoy distante
mirada, / de color – contraste mar, /mar que ahora desierto / no me inyecta
vida y va abriendo herida. / (…) Qué esperar / de mi memoria nostálgica, / de
tu sonrisa ya borrada / de mi antigua felicidad (…)”
Y en esa exploración, en esa
espeleología emocional, hace un último intento de reconocerse en aquello que va
desapareciendo. Observa el entorno describiendo lo que queda, el cascarón de
las ilusiones ya vacías. Los poemas finales poseen la misma intensidad de los
primeros, aunque las palabras ya dominan los versos porque la experiencia sensual
se va desvaneciendo, no sin antes declarar que existen otros mundos por
habitar, que el relevo no está en la presencia sino en el sentir porque el
poeta ama una vez y con el transcurrir de los años solo cambia el nombre de ese
amor. Leemos en el poema “Deshabitada”: “Las lunas transcurren / en estas
noches deshabitadas, / sobreviven fuera de ti / sin sus estrellas solitarias,
(…) / Te sobreviviré / como te he sobrevivido siglos y vidas pasadas / a cada
guerra, a cada pacto, / a cada acuerdo de paz, a cada sueño roto, / a cada
leyenda, / a cada latir / que tras miles de existencias / nos reencontró una
vez más / tal como siempre, / para darme la certeza / de que aún me quedan
fuerzas / para seguir sobreviviendo…te.”
Memorias Habaneras nos da en su
lenguaje una realidad inequívoca, donde
traslada lo bello de una vivencia, de la experiencia de la autora, hacia auténticas imágenes profundas que
buscan invadirnos con la expansión de su alma poética. Cuando hablamos de las
memorias, es también referirnos a la contemplación, al descanso después de la
tormenta. Visitar, quizás por última vez, aquella vieja satisfacción, volver a
las fuentes, pues como dijo Romain Rolland: “Cada cual lleva en el fondo de sí
mismo un pequeño cementerio de los que ha amado.” o como Blanca Varela: “tras
la rosa, sombra.”
Este poemario es la declaración
de una pasión pasada, ida, en el que se muestra esa necesidad de invocar la
nostalgia, reconstruir el placer y el sufrimiento, aunque quizás todo aquello
esté disipado y se vuelva a armar metafóricamente con imágenes de poesía. Un
regreso a la isla donde lo inmenso del mar como del tiempo no sea óbice para
volver a visitarla. Aunque veamos cierta resistencia a seguir habitándola e
impedir el regocijo en lo que no llegó a ser. Evitando ser como lo dicho por
Alice Munro acerca de las miradas de
ciertas personas, abandonadas en islas elegidas por ellos mismos, penetrante,
satisfecha. La memoria es imperativa, vuelve sin permiso y uno la poetisa dando
un testimonio de lo que se disipa, aunque esta ande dormida por mucho tiempo,
esta retorna. Alice Munro también no dice en Demasiada Felicidad: “Durante
mucho tiempo te desprendes del pasado con facilidad y de una forma que parece
automática y adecuada. Las escenas del pasado, más que desvanecerse, dejan de
tener importancia. Y entonces se produce una brusca vuelta atrás, lo que está
acabado y bien acabado resurge de repente, requiere tu atención, incluso que
hagas algo al respecto, aunque salte a la vista que no se puede hacer nada.”
Memorias Habaneras es un intento más de que se pueda hacer algo, así sea con el
verso.
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