En un momento de mi etapa escolar cambié de colegio. Estuve en uno de varones donde no aprendí más que cómo sobrevivir entre tanta agresividad. En cada recreo o refrigerio habían peleas ya pactadas de antemano generadas por cualquier altercado anterior. Si te veía alguien mal o te insultaba, podías evitar las pechadas extendiendo tu dedo meñique para que el otro también te lo diera y así quedar para darte a golpes con el compañero horas después. Sin embargo, uno se me prendió. Por alguna razón no le habrá gustado mi cara y mientras estaba sentado leyendo o no haciendo nada, venía por atrás y me golpeaba la cabeza y luego se iba riéndose. Las primeras veces me desconcertó, me preguntaba lo que le podía haber hecho para que fuera tan agresivo conmigo. Ser permisivo con esta agresividad no era tan descabellado ya que siempre imperaba la violencia. Cada vez que no había profesor en el aula, gritaban el apellido de alguno de los alumnos sentados y se le tiraban encima. Nunca había visto apanados tan brutales. Tengo la imagen de un compañero sosteniéndose con sus brazos en dos carpetas solo para tener el impulso de golpear en la espalda a la víctima de turno con los talones. Luego, todos se retiraban como buitres luego del bitute y el rostro del agredido era variado, aunque la mayoría aceptaba ese ritual y casi siempre expresaban una sonrisa resignada. Yo puedo decir que me libré por poco, hasta creo que de los más de cincuenta alumnos que habían en el aula, a mi no me apanaron nunca, aunque siempre estaba esperando que sucediera.
Con respecto al fulano que me hacía bullying, se detuvo por dos circunstancias. La primera fue que lo encaré cuando me di cuenta que yo no tenía ninguna culpa en lo que motivaba su agresividad. La segunda fue que me hice amigo de un muchacho apellidado R. Era grandote, medio lento y algo abusivo con otros. Se sentaba a mi lado y ya desde ese entonces era yo hablador, así que le contaba esas historias que les gustan a esos adolescentes de mi edad. Que había pasado tal o cual cosa con tal o cual persona, de lo que me habían contado, de lo vivido. Casi todo era mentira, pero a él le gustaba escucharlas. Él me ofreció su "protección" si es que le seguía contando esas historias. Fue divertido razonar en base a la ficción con él. Sobre todo porque creía incondicionalmente en lo que le decía.
Lo que puedo criticar del bullying es que saca lo peor de nosotros. Con respecto al adolescente que me agredía, lo que le dije cuando lo encaré fue bastante ofensivo que lo hice lagrimear al muy rosquete. Ya han pasado muchos años desde ese evento y no recuerdo haberle dicho cosas tan feas y agresivas a otra persona cómo se las dije a él. Solo una vez, cuando a otro compañero de colegio lo amenacé con "matarlo" si continuaba jodiendo. La cara con la que me vio nunca la olvidaré, hasta creo que tragó saliva.
Es por eso que nunca le vi nada divertido a la violencia escolar. La joda entre compañeros es parte de vivir la experiencia colegial, pero el ataque sistemático y a expensas del sufrimiento ajeno es enfermizo. Estamos creando seres humanos más peligrosos de los que hacen bullying. Son ollas de presión que explotarán muy lejos de los que lo llenaron de ira y que dañarán a las personas equivocadas.
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