sábado, 25 de enero de 2020

El ejemplo de Trump y Bolsonaro

Es innegable que muchos políticos no son ejemplo de nada. Sin embargo, a pesar de ser seres humanos que dejan mucho que desear por sus actos, algunos fueron grandes líderes. Basta revisar la biografía de algunos de ellos para darnos cuenta que detrás de sus grandes imágenes de estadistas, escondían a borrachos, mujeriegos, abusadores, racistas, fanáticos, etc. Eso sí, su entorno los protegía para que no proyecten esa interioridad cuestionable al público que deseaba a un líder lleno de virtudes y valores. Cosa distinta fue cuando quien llegaba a la presidencia era un dictador, que en su primer momento la aprobación de la ciudadanía se sostenía justamente por la actitud recalcitrante e impositiva.

Ahora, actitudes como las de Trump y Bolsonaro preocupan porque esos sujetos que proyectan su interioridad deleznable, son elegidos democráticamente. Ya ni se cuidan por esconder la personalidad controversial, peor aún, se vanaglorian de ella y la quieren hacer ley. Sus correligionarios las justifican encontrando un valor que poco se sostiene en la razón.

Y lo peor que podría pasar es que Bolsonaro termine siendo un buen presidente para su país. Ahora, si ese ciudadano que lo elige y cree que sus ideas trasnochadas son de valor llega a la conclusión de que fue un buen estadista, estaríamos ante una situación compleja. Porque nos estaríamos apartando del concepto universal de los derechos humanos. El bien común ya no sería algo que ni siquiera valdría la pena fingir. Siendo el bien de la sociedad no algo bueno para todos, sino para unos cuantos. Hechos que podrían traer ideas nacionalistas y separatistas que no parten ya de los líderes mismos, sino del ciudadano. Quitándose por fin esa faja tolerante e inclusiva que nos ha hecho civilizarnos un poco más.

Buscando discos y libros.

I
Casi terminando el milenio quise comprar una copia del disco Maladjusted o el recopilatorio de Morrissey (no recuerdo bien) en Polvos Azules, aún sabiendo que sería difícil encontrarlo ahí. Ya semanas antes había comprado en ese mismo lugar lo que se escuchaba por ese entonces como Deftones, Blur, Dishwalla, Pearl Jam, etc. Esa vez compré varios discos pero no pregunté por Morrissey porque tenía en mente hacerlo en Galerías Brasil. Pero estaba dudando ya que pensaba que algunos grupos musicales de finales de los noventas no los encontraría en galerías, así que no podía asegurar si hallaría ahí discos de Morrissey como solista. Era muy ingenuo por ese entonces.
Luego de pasear por varios pasillos repletos de cds de distinto género, nadie me daba fe del cantante hasta que encontré a un muchacho que entusiasmado me dijo "sí tengo". Después de una rápida búsqueda entre sus discos me mostró el de Alanis Morissette, y cuando le aclaré que ese no es lo que quiero y le repito el nombre, me saca otro de The Doors y dice alzando la voz "Jim Morrison". Ese día me fui decepcionado y carajeando a todo el mundo por su "incultura musical". A los dos meses finalmente encontré lo que buscaba en el mismo Polvos aunque tenía una pista dañada. El precio por comprar piratería. Aunque no había muchas opciones. Era el auge de la piratería y justo ya no quedaba casi ninguna tienda de discos originales. Por ese entonces agonizaba Disco Centro.

II

Otro recuerdo de mediados de los noventa fue cuando iba a comprar libros a la Plaza Bolognesi. A partir de las diez de la noche iban vendedores que colocaban mantas en el suelo y ahí vendían unos libros de segunda que sacaban de unos sacos de rafia. Podías encontrar libros desde un sol. Ahí compré casi todos los libros de JC Mariátegui en esa popular edición a solo un sol cada uno. Yo bajaba en la Plaza Grau así que tenía que latear hasta allá. De camino habían varias librerías que vendían textos piratas, de autoayuda y libros de viejo en general. Alguna fijación tuve por el libro Mi Lucha y lo buscaba cada vez que pasaba por ahí. Una vez vi un libro de la Segunda Guerra Mundial en una edición muy bonita. Pregunté el precio y me resultaba caro. El asunto es que tanta fue mi fijación por Mi Lucha que soñe exactamente con esa librería, que hice la caminata hasta ahí, y cuando llegué estaban decenas de libros que lucían la esvástica en una portada roja. Me entró un deseo desesperado por comprar alguno de esos libros, pero como era un sueño, no pude siquiera tocar uno. Unas semanas después regresé para saber si el sueño se hacía realidad. Obviamente ningún libro de esos estaba ahí. Al final me compré un pequeño libro de Mi Lucha que era igual de rojo con su esvástica en la contraportada encontrado en Quilca. Yo me paseaba con este en la mochila y se traslucía porque estaba dentro de una malla y asustaba a algunos que veían de reojo aquel libro. Era divertido. Por ese entonces todavía no aparecía Antauro y sus locuras. Ah, mi interés por el libro era por la radicalidad de dichas ideas. Quería leer cómo es que exponía y sustentaba tal ideología.

Durmiendo en el cine.

El pagar por ver una película hace que se me quiten las ganas de dormir. Aunque hubo una vez que el cansancio me ganó y fue inevitable mantenerme despierto. Hace ya varios años, quizás a finales del siglo pasado, acompañé a mi hermana al Centro Cultural de la Universidad Católica a ver un ciclo de cine. Yo sabía poco de cine así que en ese entonces yo me allanaba a donde me llevara. Estaba programada muy tarde así que tuvimos que esperar hasta casi las diez de la noche para ver la película. Como era un cine club, no había ni canchita ni gaseosa. Solo un chocolate que se terminó a los primeros minutos así que no había forma de distraerse ante cualquier conato de cabeceo. La película era Madre e Hijo de Aleksandr Sokurov. Jamás me había enfrentado a una obra así. Era lentísima, con amplias tomas del paisaje y solo se escuchaba los sonidos de pájaros, del viento y el arrastrar de los zapatos del protagonista. No tenía idea de que no hablarían casi nada en hora y media. Como eso lo supe después, le dije a mi hermana que cuando comenzaran los diálogos me despertara porque ya no podía mantener los ojos abiertos. Y así fue.


Cada vez que iniciaban un diálogo, ella me pasaba la voz golpeándome el hombro. Levantaba la cabeza y seguían callados. Yo le reclamé que por qué me despierta si siguen mudos. Ella me dijo que habían comenzado a hablar pero se callaron al rato. Así fueron unas tres veces. Finalmente le dije que me dejara dormir y que me despertara cuando termine. Cuando volví a abrir mis ojos solo llegué a ver unos créditos tan lentos que casi me vuelvo a dormir. Fue mi primera experiencia con el cine ruso. Años después la vi y me agradó como mucho del cine de este país.

El dilema de la taza de café

Los últimos sorbos de una taza de café siempre son fríos. Eso me percaté luego de que en innumerables oportunidades me hayan intentado retirar la taza cuando aún quedaba algo dentro. No entendía esa necesidad de quitarmela hasta que me dí cuenta que la tenía sin llevármela a la boca por largo tiempo. Así que el mesero al creer que había terminado, se acercaba a retirarla de la mesa.

¿Por qué me demoraba en tomarla? Normalmente sucedía eso cuando estaba conversando con alguien. Quizás por la necesidad de no concluir la charla es que también colocaba en pausa a mi café. Si bebía ese último sorbo, tácitamente daría por concluido el diálogo. Y he ahí mi interrogante. Cuando uno queda con alguien para conversar y le dice "tomemos un café", no sé con qué medida de tiempo estoy tratando. Tomarse una taza demora hasta que se enfría (al menos que sea uno de esos cafés fríos). Es lo común. Eso veo en mi interlocutor cuando deja su taza vacía antes de que su bebida se enfríe mientras que la mía aún contiene una película de café en el fondo. Lo hago para no comprometer el final de la conversación porque sé que existen múltiples temas por tratar. Al menos yo quiero conversar sobre ello. No voy a negar que me disgusta cuando la otra persona aún queriendo mantener la conversación se lo bebe lo más pronto posible y luego no quiere otra taza más. ¡Qué irresponsabilidad dejarme con la angustia de sobrellevar esa situación!, ¡cómo estar hablando de temas importantes con la mesa vacía!.

Particularmente podría tomarme hasta cuatro tazas de café, pero ante uno al que con la justas puede acabar una, entonces la situación se pone complicada. Es ahí cuando mantengo ese rezago en mi taza para prolongar el momento y no salir del pacto de tomar "una taza de café". Lamentablemente esos meseros(as) apresuran mi plan con su impertinente diligencia. Me descubre y me expone en mi intención de alargar el tiempo que toma en beberse una taza de café.

Despedida anticipada.

Es bueno despedirse de la década. Nada nos garantiza que estaremos al final de la que viene. Es cierto que aquel final de 2009 nos situaba con ansiedades y problemas que ahora son solo recuerdos. Que aquellas dudas sobre lo que sería nuestra vida en la siguiente década ahora solo es un cúmulo de certezas. Y si elegimos bien o mal, ya no importa porque es parte de nuestra vida y tenemos que asumir la responsabilidad de esas decisiones.

Para mí la década que se va fue importante. Publiqué unos libros que fueron objetivos pendientes por años. En el 2009 era un albur lo que sería hacerlo y ahora, luego de diez años, no fue tan dramático como me lo figuraba. Definitivamente me ha enseñado que materializar los pensamientos y darlos al resto es más serio que solamente mantenerlos en los deseos. Pues no negaré que la primera década de este siglo sí me acompañó esa ansiedad. La pregunta de cómo será colocarle tu nombre a una obra tuya y ser juzgado por eso sí que aterrorizaba. Aún no he llevado al límite aquella empresa y pienso que en estos años que vienen me haré cargo de ello. Como dije con anterioridad, los miedos del pasado se han disipado en las decisiones que tomamos. Y acostumbrado a ellas, no queda mucho para mirar atrás porque poco uno se reconoce en aquel individuo angustiado con pesares pasados.

A inicios del siglo, a nivel de ideas, en mi mente alzaba un estandarte sobre un caballo ficticio para enfrentarme a aquello que hacía que todo estuviera mal. Que con solo el deseo de querer que las cosas cambien sería suficiente. Luego de veinte años me he percatado que en esta vida sería un logro si solo evitamos que no nos mordamos la cola hasta desangrarnos.

Me gusta esa cifra 2020. Será por mi educación donde ese número significaba perfección. La señal de un término, donde se llega a la meta y por ende, volver a comenzar no sin olvidar lo aprendido. Como dicen sobre los arqueros, para serlo te tienen que meter cuatrocientos goles, pero no en un solo campeonato.

Los límites de la corrección política.

¿Hacia dónde nos lleva la corrección política? Sabemos que esta nos sirve para crear la ficción de que el mundo tiene una conciencia sana y por ende, vamos por buen camino. Es correcto criticar al violento, al racista, al que hace y defiende monopolios, al agresor sexual, al crítico del calentamiento global, al antiinmigrante, etc. Los sátrapas se ven flanqueados por esa masa de opinión pública que ha llegado a un acuerdo para defender los valores más excelsos de la humanidad, sin embargo, ¿en realidad sirve de algo?. Solo hace que en el fondo nos volvamos más hipócritas. El temor a la verguenza por opinar o comportarse de manera errónea y ser criticado por la opinión pública solo ocasiona que no se exteriorice nuestros prejuicios y los sentimientos más viles. Sí es importante para aquellos que buscan razones para no sentirse mal de la conciencia, pero para los otros, los que padecen de egoísmo supremo. ¿A ellos les importa lo que diga el resto? Solo callan antes de hacer lo que les da la gana.

Más claro es verlo en el comportamiento de los líderes mundiales. Qué hay dentro de esos individuos que los hace inmunes a la corrección política. Al final, cuando estos quieren algo de calor popular, dicen que pretenden compartir un poco de su poder con la masa, y esta se quiebra automáticamente para reinterpretar esa corrección política y sacar algo de ventaja. Eso nos hace dudar de que el cielo es celeste y el pasto verde.

Pienso que es más importante dejar el campo de debates llano y presto para cualquier opinión. El imperio de las ideas solo hará que los remanentes que se resisten a ser conquistados solo se oculten hasta que el pensamiento hegemónico se debilite para luego atacar con fuerza.

El aprendizaje de lo inevitable

Aprender acerca de lo inevitable no es sencillo. A veces los deseos se apoderan de la razón y nos hacen creer en lo imposible para luego dramatizar la vida cuando los hechos no son los deseados y los vemos como una condena.

Siempre tengo presente una expresión que mi padre me repitió desde la infancia cuando le preguntaba sobre la salud de una mascota, familiar o amistad. Ya que como médico quería que me consolara con una respuesta promisoria. Él me decía: "enfermo que come no muere". Así ha sido un consuelo que a pesar de la debilidad del enfermo yo veía que este comía lentamente o con avidez para luego ver su franca recuperación. Entonces, se mantenía firme la esperanza de que sanara. Casi nunca ha fallado esa posible máxima médica.

Sin embargo, también está lo opuesto. Cuando eso no sucede. Y aquí vuelvo al aprendizaje de lo inevitable. Al ver que esas señales no responden y la recuperación ya no es posible. Entonces, uno percibe en esa falta de apetito el preámbulo de la muerte. Donde no se puede hacer nada y solo queda observar cómo un organismo lucha con lo que puede. Varias veces he sido testigo de aquello y como digo al principio, lo inevitable sobrepasa todo deseo de volver a la tranquilidad con la que queremos llevar nuestra vida.

Qué tan valioso pueda ser aceptar las cosas antes que sucedan solo por los indicios claros de lo que vendrá. Pues ahí no hay nada que uno pueda hacer para variar dicho designio. Solo es ver cómo cae del cielo una paloma que ha muerto en pleno vuelo.

En esa expresión sobre el enfermo que come están contenidas tanto la desesperanza como la tranquilidad.

Catálogo de los absurdos

A principios de los dos mil, no tenía idea de cómo cambiaría la tecnología en los años siguientes. Así que algunas decisiones tomadas por ese entonces ahora no tendrían sentido. Por ejemplo, por esa época tenía en mente abrir un centro cultural en alguna zona inhóspita del Perú. Me imaginaba viajando en una camión llevando mis libros, discos y casetes por trochas cruzando cerros para encontrar un distrito alejado y abrir un pequeño espacio donde compartir lo que había podido recolectar durante todo el tiempo que tuve una curiosidad insaciable por el conocimiento. En esa necesidad imperiosa de recolectar aquello que quería compartir me nació el interés de grabar películas clásicas (y no tan clásicas) del cine. Ya por ese entonces agonizaban los VHS y los DVD se consolidaban así como la televisión por cable. Sin embargo, ni uno ni otro eran tan masivos como deseaba. Aún recuerdo una de las últimas charlas que tuve con el propietario de una conocida tienda de alquiler de películas (creo que se llamaba César video) que quedaba al lado de Risso. Él me mencionaba que la televisión por cable y el DVD habían acabado con el negocio. También mencionó que Indecopi se llevó su colección de películas que había grabado en sus múltiples viajes a la Argentina. Esa tienda fue un referente para todo aquél que quería saber de buen cine en los noventas. Ya al final, cuando fui a devolverle la última película que le alquilé, me dijo que si deseaba le grabara algunas películas del cable y que se las llevara.

Eso me dio la idea de yo mismo grabarlas para ese proyecto que siempre tuve en mente. Casi dos años enteros estuve grabando varias del cable. Buscaba la revista donde aparecían programadas, preparaba el VHS para horas distintas y lo dejaba correr. Aún recuerdo la ansiedad que sentía por esperar que Cable Mágico liberara por unos días la señal de los canales exclusivos para grabar películas difíciles de hallar en los del paquete básico que era el que tenía. El que ahora me viene a la mente es Qué Verde era mi Valle de J. Ford. Cómo me fue difícil grabarla. Habré esperado meses para hacerlo. Me llené de varios casetes de video con la esperanza que alguna vez pueda volver a reproducirlos en un lugar alejado, llevando un poco de ese mundo tan distinto y distante.

No pasó mucho tiempo cuando la Internet cambió nuestra vida. Apareció YouTube, el cable se masificó y los DVDs también. No puedo negar que, unos pocos años después, sentí desazón pero también alegría cuando fui al mercado a comprar algo para cocinar y en el puesto de películas (al lado del de fideos y detergentes) estaba ahí "Qué Verde era mi Valle" asoleándose y vendiéndose a cinco soles.

Ahora que reordeno mis viejas cosas veo algunos de estos casetes arrimados y me preguntó a dónde se fueron todas esas tardes buscando películas y seleccionándolas, viéndolas, juntando dinero para comprar casetes. Quizás solo sea una muestra de un testimonio, ya que ante tanta información nos es difícil saber qué ver primero. Así que si alguna vez estos llegan a manos de alguien, se sepa que con esos títulos se pueda ver algo realmente bueno porque en el fondo fueron seleccionados no con un interés personal, sino con una deseo más grande: de que la gente sepa que se hicieron obras cinematográficas para que sean disfrutadas con sabiduría y piensen intensamente en su propia existencia.

El demócrata imperfecto

¿Qué nos dice una sociedad que elige a un(a) orate para que los represente? No sorprendería que los candidatos con las ideas más retrógradas, fascistas y absurdas lleguen a tener algo de poder. Ahora, ¿el ciudadano se habrá equivocado si eso sucede?, yo creo que no. En el fondo los ciudadanos que los llevaron al poder también piensan así.

A los veinte años creía que la gente era fujimorista porque estaba desinformada. Que habían sido presas de la prensa amarillista y comprada por lo que andaban confundidas y por eso defendieron ciegamente a Alberto Fujimori. Grande fue mi decepción cuando me percaté que sí estaban al tanto de todo, pero por un motivo que yo desconocía no querían aceptar la evidente corruptela.

Hay sociedades que están listas para la democracia. Donde los ciudadanos sienten que el respeto al que piensa distinto es la mejor forma de convivencia. Eso sí, el fundamento principal es que todos defendamos los mismos valores más no las mismas ideas, que para eso está el debate. Si colocamos la libertad de las personas como punta de lanza, entonces andamos por un buen camino. De lo contrario, caeremos en el instinto de aniquilar al otro. Deseando que no existan los de distinto pensar porque tenemos miedo a que ellos también nos quieran exterminar.

Y ese temor está justificado. Pues me pregunto, ¿quién no quisiera que desaparezcan los fachos de este planeta? Lamentablemente, como dijo César Hildebrandt en una entrevista, que cuando veamos un atropello brutal a los derechos humanos, ¿qué haremos?, ¿pediremos el libro de reclamaciones? Aparentemente eso no funciona. Solo nos queda responder con el mismo calibre.

Ser demócrata en una sociedad con tendencia al fascismo no es lo mismo que serlo en una sociedad democrática. Algunos para su conveniencia quieren que sea así. Si uno les hace caso, solo estaremos dejando que nos arranquen las uñas y los dientes.

La obligación del recuerdo.

Nos han dicho que para entender el presente debemos conocer el pasado. Ahora, eso no solamente es una idea que debe tomarse en cuenta a nivel social, sino a nivel personal y familiar. Algunas de las grandes interrogantes de nuestra existencia están en los recuerdos familiares y amicales. Ahí hallaremos el hilo de la madeja en la que se ha convertido nuestra existencia ya que a determinada edad comienza a hacerse compleja.

Sin embargo, qué pasa cuando este pasado no es agradable. La memoria intenta olvidar rechazando cualquier indicio que nos pueda traerlo nuevamente, creyendo que así podremos construir una nueva historia a partir de nosotros, dejando de lado lo que nos atormentó. El riesgo es que ante esa actitud no encontremos razones a nuestro sentir y pensar actual porque hemos desaparecido el origen. Lo que está derecho no tiene porqué ser cuestionado, pero con lo torcido, ¿qué hacemos con aquello?

Al ser un individuo memorioso, retengo muchos recuerdos en mi mente y siempre he querido darles un soporte material a mis vivencias pasadas. Más en objetos y a veces en escritos. Y eso me hizo pensar en que muchos individuos son así. Aún recuerdo el día que fui al Instituto Riva-Agüero para colaborar en algo y me mandaron a su biblioteca para ayudarlos a ordenar sus documentos. Al ver tantos recibos y hasta anotaciones de lo que compraba el día a día pregunté la razón para que este señor guarde todo eso. La bibliotecóloga me dijo: "es que él tenía sentido de la historia". Aunque no negaré que el riesgo será que ese afán de querer mantener este soporte material se enfrente a aquellos que deseen destruir ese pasado. Los que quieran reinventar su vida olvidando quiénes son y de dónde vinieron. Quizás los cercanos a Riva-Agüero no hubieran valorado tanto su legado como sí los historiadores.

Y de no tener a un centinela de estos recuerdos materiales, la suerte está echada. Fotografías, recibos, anotaciones, escritos, afiches, vestimenta, etc. quedarán expuestos a quienes tales cosas les traiga al presente aquello que desean olvidar. Porque quizás en realidad ya no les evoque una idea que les sirva valiosamente en su nueva vida. Pero según mi parecer, eso tendrá consecuencias. Si nuestro presente es un rompecabezas que contiene todo lo vivido, ¿qué pasaría si desechamos las piezas que no son de nuestro agrado?, ¿llegaríamos a armar plenamente la imagen proyectada? Siempre faltaría algo y en el peor de los casos no sabríamos qué.

Existen personas que quieren vivir sin memoria. Sea por salud mental o por practicidad. Para ellos, los objetos del pasado son residuos de una vida fallida, de los anhelos que no pudieron ser.

Contra el populismo reaccionario

Existen individuos que saben comportarse y hablar con personas de diferente estrato social. Su educación les ha permitido alternar diferentes espacios y saber qué hacer en determinadas circunstancias. Eso se refleja en el ámbito laboral sobre todo cuando uno debe interactuar en una sociedad tan diversa y desigual. Cuando uno de las clases sociales más altas "baja" hacia los otros estratos, la persona que pertenece a este no desea que el otro lo remede. Si no que respete el lugar y las circunstancias que vive. Comprendiendo la situación en que uno está.

Si un fulano de estos que usa una camisa Penguin y pantalón Gucci se sienta en la vereda a comer con las manos solo para mostrar empatía, ¿qué es lo que creerá el que tiene que hacerlo todos los días? El que tiene que comer casi en el suelo porque su trabajo precario lo obliga y no puede despegar el ojo de la calle. Esa gente está resignada. Por eso acepta esa situación. Ellos desearían no hacerlo. Si tuvieran el dinero para comer con comodidad, ellos estarían sentados en un restaurante almorzando un menú de treinta soles. Y si ve que uno que puede hacerlo lo remeda, lo verá como una burla.

Si vamos a hacer política, dejemos de ser necios. La gente no es pobre porque quiere, sino porque esta sociedad es desigual. Cambiemos esa manera de ser empáticos con los que menos tienen.

Si fuera un político y perteneciera a una clase social elevada, haría un spot publicitario en la Tiendecita Blanca, pediría el menú más caro, haría una pausa en medio del bitute y sosteniendo mi tinto Marqués De Riscal, diría: "si votan por mí, todos ustedes podrán tener la oportunidad de beber y comer como yo".

La elección inevitable

A finales de los noventas, la polaridad política estaba bien marcada. Por cuestiones particulares uno tenía que ir preguntando a la gente su opinión sobre la situación actual, sean de cualquier estrato social. No habían redes sociales y la Internet era solo para privilegiados. Una de las frases con las que me respondían luego de hablar con aquellos que defendían al régimen fujimorista y a los que les hacía hincapié sobre las tropelías del presidente y sus secuaces era: "la democracia no se come".
Prácticamente con esa frase cerraba toda opción al diálogo porque desde su perspectiva, los valores democráticos no les ayudaban a llenar la mesa todos los días. Para muchos, la democracia es solo poesía: un cúmulo de conceptos hermosos e ideales en el que sería ideal vivir bajo sus preceptos. Sin embargo, en el fondo creen que es como un lugar mitológico. Uno bello pero imposible. Y en un ciudadano pobre, resignado y abatido, lo maravilloso siempre será imposible.

La pregunta será siempre la misma, ¿por qué no creemos en la democracia y sí en el populismo? Es porque el último es el que llena la mesa temporalmente. Sacia el hambre como primera necesidad básica no satisfecha, pero como es populismo, al vaciarse la mesa el hambre volverá y así sucesivamente. Esa forma de gobernar les garantiza a los corruptos y a los sátrapas la permanencia en el poder. A esta clase política no le conviene en absoluto que los ciudadanos crean en la democracia. Es por ese motivo que boicotean cualquier valor que esta represente.

Ya pasaron veinte años de esas impresiones de la calle. Las justificaciones para rechazar los valores democráticos han cambiado, pero la elección es la misma. La nostalgia al pasado nos volverá hacer una mala pasada. Nuestro deseo de volver a la fuente primigenia, a la inocencia de los jóvenes años obnubila nuestra conciencia y nos hace creer que todo tiempo pasado fue mejor o menos peor. Ahí están añorando un partido como Acción Popular, despreciado a finales de los ochentas por su ineptitud, a otro, el fujimorismo, que a pesar de sus crímenes comprobados en los noventas, lo queremos volver a ver en el poder.

En ese espectro social hallamos a los que quieren una democracia fallida, inoperante al servicio de los corruptos, que nos haga creer que somos civilizados pero sin perder nuestros privilegios sociales, y por el otro lado, los que representan el populismo descarado que alienta el individualismo por encima de la institucionalidad.

Es claro que todavía no hemos agotado nuestra fe en el autoritarismo y el capitalismo. Seguimos creyendo que llegaremos a la cima aplastando al de abajo. No hay mayor evidencia que las elecciones que hacemos para escoger a los dirigentes que comanden el destino de nuestro país.

Jim Henson y Eugenio D ors.

En una revisión desganada de mi biblioteca, encuentro un viejo libro de 1915 de Eugenio D´ors llamado Aprendizaje y Heroísmo, que trata sobre una lectura realizada por este autor en una residencia de estudiantes. Él destaca el deber de hacer noble cualquier oficio que uno realice y califica de inmoral a quien vive en la amargura y el desprecio por el trabajo que hace. El trabajo hecho y el aprendizaje para realizarlo será extraordinario siempre y cuando el espíritu esté volcado en estos. Cuenta el caso de un periodista que en sus comienzos fue destacado a "una labor tenida hasta entonces de gran bajeza". Él estaba encargado de la sección que consistía en "redactar notas cortas, de las que sirven para divertir al lector del negocio, reposándole de las cuestiones serias y de las preocupaciones del día... de cositas ligeras y grotescas", llamados "Sección Amena", "Curiosidades", "De aquí y de allá". Sin embargo, este escritor se lo tomó en serio y "procuró llevar al oficio espíritu y amor. No le tuvo por vil, sino por redimible, si voluntad y paciencia a ello se ponía. No se avergonzó, más aspiró al elogio por camino de aquél". Así, a esta labor tan "baja" le cambió "el linaje", dándole lo que los artistas llaman "el estilo propio". Más aún, D´ors dice que para los que no conocen este oscuro origen, lo creen un género nuevo.

Cuando terminé de leer el pequeño libro, pensé inmediatamente en Jim Henson, el creador de los muppets. Un joven que quería trabajar en la tv en lo que sea y al ver un anuncio donde decía que necesitaban titiriteros, se fue a aprender a hacerlos y manejarlos. El resultado todos lo conocemos. Creó algo extraordinario de un oficio que muchos lo habrían despreciado en el pasado.

La grandeza no está en el oficio que hacemos sino en cómo lo hacemos. Quién sabe que de ponerle todo el empeño estaremos creando una nueva forma de ver el mundo. Eugenio D´ors termina su discurso así: "Todo pasa. Pasan pompas y vanidades. Pasa la nombradía como la obscuridad. Nada quedará a fin de cuentas, de lo que hoy es la dulzura o el dolor de tus horas, su fatiga o satisfacción. Una sola cosa, Aprendiz, Estudiante, hijo mío, una sola cosa te será contada, y esa es tu Obra Bien Hecha."

viernes, 10 de enero de 2020

Los desclasados y la corrupción.

Es normal desconcertarse ante actos ilícitos que los políticos y afines cometen a vista y paciencia de los demás. También sorprende el cinismo con el que se defienden ante lo evidente. Lo lógico es que estas personas sean castigadas con la prisión porque tienen pocas posibilidades de salirse con la suya. Ahora, ¿qué les hace cometer estos actos desesperados de ilegalidad?,¿por qué no aceptan su culpa y se someten a la colaboración eficaz para disminuir el castigo? Para mí la respuesta es el dinero.
Los corruptos tienen una lógica que justifica sus actos porque persiguen fines más elevados. Fines que pueden ir más allá de su propia libertad. ¿Qué podría ocasionar que el entonces Fiscal de la Nación transgreda las normas de forma tan burda? Y lo repito, el dinero. Aunque no es solo con un afán de acumularlo.
Me aventuro por una hipótesis que no es del todo descabellada ya que se ha visto en casos anteriores. Una persona entra a trabajar como funcionario público, es un "desclasado" y no posee más que su propio traje. En el transcurso de su labor, es tentado con el poder y el dinero. Más aún, las personas que le rodean les enrostra el lujo que poseen si es que hacen lo que le dicen. Con poca ética y moral es fácil caer ante este estilo de vida. Así, con artimañas y engaños, logran tener un patrimonio económico que con su propio talento jamás conseguirían. De esta forma acumula tanto capital con el que asegurará su buena vida y la educación de sus hijos en los mejores colegios y universidades. Pues sabe que con el tiempo, ese dinero mal habido será limpiado y su apellido dejará de ser uno más del montón. Comprará la "clase" que siempre quiso tener.

Entonces, sus fechorías tienen un fin más alto. Por eso es que son capaces de aguantar diez años de prisión con tal de evitar que se sepa el paradero de todo lo robado, por eso no pagan reparaciones porque las autoridades rastrean el dinero que con tanto celo lo resguardan para el bien de su descendencia.

Inmolan su libertad con tal de evitar que el plan de vida sea arruinado. El germen de este tipo de conducta es el vivir en una sociedad clasista y rígida. No olvidemos que muchos de los apellidos que veneramos y admiramos, dueños de bancos y corporaciones, tienen en su pasado actos turbios y deshonestos. Estos ya lavaron su cara del crimen de sus antecesores, y esa es la esperanza de los delincuentes de hoy.

¿Qué se puede esperar de una sociedad donde inundan peluquerías, chifas y pollerías?...

¿Qué se puede esperar de una sociedad donde inundan peluquerías, chifas y pollerías? Donde el principal valor está en lo que se traga. Se ce...