Es bueno despedirse de la década. Nada nos garantiza que estaremos al final de la que viene. Es cierto que aquel final de 2009 nos situaba con ansiedades y problemas que ahora son solo recuerdos. Que aquellas dudas sobre lo que sería nuestra vida en la siguiente década ahora solo es un cúmulo de certezas. Y si elegimos bien o mal, ya no importa porque es parte de nuestra vida y tenemos que asumir la responsabilidad de esas decisiones.
Para mí la década que se va fue importante. Publiqué unos libros que fueron objetivos pendientes por años. En el 2009 era un albur lo que sería hacerlo y ahora, luego de diez años, no fue tan dramático como me lo figuraba. Definitivamente me ha enseñado que materializar los pensamientos y darlos al resto es más serio que solamente mantenerlos en los deseos. Pues no negaré que la primera década de este siglo sí me acompañó esa ansiedad. La pregunta de cómo será colocarle tu nombre a una obra tuya y ser juzgado por eso sí que aterrorizaba. Aún no he llevado al límite aquella empresa y pienso que en estos años que vienen me haré cargo de ello. Como dije con anterioridad, los miedos del pasado se han disipado en las decisiones que tomamos. Y acostumbrado a ellas, no queda mucho para mirar atrás porque poco uno se reconoce en aquel individuo angustiado con pesares pasados.
A inicios del siglo, a nivel de ideas, en mi mente alzaba un estandarte sobre un caballo ficticio para enfrentarme a aquello que hacía que todo estuviera mal. Que con solo el deseo de querer que las cosas cambien sería suficiente. Luego de veinte años me he percatado que en esta vida sería un logro si solo evitamos que no nos mordamos la cola hasta desangrarnos.
Me gusta esa cifra 2020. Será por mi educación donde ese número significaba perfección. La señal de un término, donde se llega a la meta y por ende, volver a comenzar no sin olvidar lo aprendido. Como dicen sobre los arqueros, para serlo te tienen que meter cuatrocientos goles, pero no en un solo campeonato.
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