De cuando en cuando, vuelvo a la lectura de la literatura peruana. No importa el estilo o el género. Por alguna inexplicable razón, sus cubiertas me seducen y me hacen abrirlos. Mi hipótesis es querer volver a vivir la primera experiencia de su lectura. Sin embargo, he ahí el primer inconveniente. Por una cuestión casi de exigencia curricular, ha sido inevitable que estos libros hayan sido de Vargas Llosa, Ciro Alegría, Arguedas, J.R. Ribeyro, Bryce Echenique, Manuel Scorza y otros más. Y digo inconveniente porque esa experiencia no vuelve a aparecer.
Es descorazonador que cada vez que tomo un libro de algún "renombrado" autor peruano, su lectura sea una invitación al bostezo. Hace poco leí un libro emblemático de uno de los más importantes referentes de la literatura actual peruana, publicado hace casi veinte años, y fue desalentador. La prosa monocorde, daba demasiadas vueltas en un mismo argumento, los personajes poco trabajados y solo el final es digno de destacar. Casi lo abandono a la mitad de su lectura porque sabía que no iba a mejorar en las páginas siguientes. La prosa aburrida no era una estrategia para luego sorprender, sino una limitación del autor. Luego tomé un libro de otro escritor, este publicado hace quince años. La obra tiene más de cuatrocientas páginas y llegué a la doscientos cincuenta casi con sudor frío y agonía. No pude seguir. Qué mamotreto tan aburrido. No puedo entender cómo así es que haya tenido tanta publicidad en la prensa y hasta ahora sea considerado el mejor libro de tal autor. Sé que ambos trabajos fueron víctimas de las modas, una de las novelas negras de inicios de siglo y la otra de la autoficción. Ambos géneros casi muertos el día de hoy. Así que es complicado que en estos tiempos, temas así capturen un mediano interés. No diré los nombres de las obras porque no vale la pena.
Sin embargo, lo que sí debe mencionarse es lo que produce agrado. Como para pasar el mal sabor de boca (o de vista), por la voluntad de un buen amigo y apiadado de mi desilusión, cae en mis manos El viejo saurio se retira de Miguel Gutierrez, libro publicado en 1969. Bastan veinte páginas para aniquilar toda la prosa tediosa de estos autores peruanos contemporáneos. Y no me queda más que reflexionar sobre la involución del género de la novela peruana. La destreza de Gutierrez para describir situaciones, la introspección de los personajes, la fluidez de la prosa como la maestría al manejar los tiempos, no hace más que concluir que hemos dado un paso atrás. Poco antes, leí un libro llamado Te he seguido de Jack Martínez. Ha sido publicado este año. Si bien es un libro correcto y entretenido, sí demuestra el oficio de un escritor que aspira a contar algo bien y lo logra con creces. No obstante, mientras pasaba las hojas, no dejaba de percibir que leía un libro de hace cincuenta años. Detalle que fue corroborado por un crítico que halló alguna referencia a Enrique Congrains. Un autor de los sesentas, representante del realismo urbano.
No digo que no existan buenas novelas actuales, pero a la mayoría les falta la contundencia verbal e intelectual de nuestra literatura de hace medio siglo. Me hace recordar a una observación que hizo Leonardo Aguirre al libro de Sergio Galarza llamado La soledad de los aviones, en las que observó que lo mejor son los títulos de los cuentos, pero que esos aviones nunca alzaron vuelo. Comentario que le hizo merecedor de un golpe en la cara por parte del autor (eso cuenta la leyenda).
En algunos aspectos, la narrativa peruana ha involucionado. Sigo creyendo que en esa intención de dar el salto a lo más contemporáneo, nos hemos desbarrancado. Los escritores a los que se les quiere dar mayor relevancia, se les exige que su literatura sea internacional y es en ese intento que fracasan. Cada cierto tiempo, lo intentan con algo nuevo. Alguno halla a un autor o género popular en un país lejano y ya queremos emularlo para crear la ficción de que no estamos tan distantes de lo que se hace en el primer mundo.
Lo pertinente es mirar hacia atrás, recordar cómo escribieron los maestros peruanos de la narrativa y emularlo, no importando si lo escrito parezca hecho hace décadas. En ese volver a aprender, podremos darle una identidad propia a la literatura. Arguedas lo agradecería.
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