martes, 9 de octubre de 2018

Sobre los buenos libros

Para determinar si hemos leído un buen libro o no, es preciso un tiempo de espera. Así, dejaremos que la impresión por haberlo leído se asiente en el interior de la experiencia. No hay palabras más ciertas como las escritas por Schopenhauer:
"Hallándose de viaje, sucediéndose rápidamente las curiosidades de toda especie, el alimento intelectual de afuera es tan fuerte, en ocasiones, que no se tiene tiempo de digerirlo. Se lamenta que las impresiones fugaces no puedan dejar duradero rastro. Sucede como en la lectura; ¡cuántas veces no nos dolemos de no retener, y eso a costa de grandes esfuerzos, en la memoria nada más que la milésima parte de lo que leemos! Pero ha de consolarnos en ambos casos que tanto lo que se ha visto como lo que se ha leído impresiona el espíritu antes que lo olvidemos, formándole y nutriéndole; mientras tanto, restando únicamente en la memoria la broza y lo inútil, colma su vacío con una materia que le es por entero extraña, pero que nada aporta a su esencia".
El mal libro puede ser correcto, es decir, estar bien escrito, como un vaso de vidrio bien hecho porque es uniforme, transparente, sin burbujas, sólido y útil. Sin embargo, mientras no contenga nada, sólo servirá para colocarlo de cabeza en algún estante de la cocina luego de lavarlo. Lo que llega a nuestras impresiones es su contenido, el líquido exquisito o amargo que se nos proporcione en él.Eso es lo que se quedará en nuestro paladar por un buen rato, dejando del lado la textura que sentimos al sostener su recipiente. O viceversa, los más exquisitos vinos pueden estar largo tiempo atrapados en toscas barricas de roble. El lenguaje es un instrumento así como lo es un recipiente, pero no se basta a sí mismo para dejar una fuerte impresión en nuestras sensaciones.

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