La hipocresía social es prima hermana de la moralina desenfrenada. De personas que son capaces de marchar una tarde por causas que realmente no creen solo con la intención de limpiar sus conciencias ante su falta de compromiso por lo que pregonan. Ver a varias personas en esta llamada Marcha por la Vida me desconcierta, pues todos los días observo en el centro de Lima a niños vendiendo golosinas, madres que en un brazo les cuelga un hijo y en el otro una caja de caramelos, señoras mendigas con tres hijos sucios y hambrientos que juegan en el suelo con piedras. En ese escenario, miles de personas pasan por su delante indiferentes, sin siquiera preguntarles por su vida o peor, les tiran una moneda con desdén con tal de sentirse bien por un día más.
Hace poco que caminaba por la plaza San Martín, vi a un niño de quizás seis años, que deambulaba sucio y con desgano portando una caja de caramelos, acercarse a unos turistas con apariencia de ser escandinavos y de unos cuarenta años. Les ofreció sus golosinas y sin esperar alguna respuesta de ellos, dio media vuelta y continuó su camino. Los extranjeros lo vieron irse con la boca abierta, se pasaron la voz entre ellos mirando con rostros de desconcierto en dirección al niño que se alejaba. Al pasar a su costado percibí en sus tonos de voz algo de preocupación.
Un día, hace ya casi un año, estaba con un amigo tomando unas cervezas por la avenida Angamos. Entrada la noche se nos acercó un individuo de quizás unos cincuenta y tantos años con el rostro agrietado y cansado, nos ofreció unos polos que traía en una bolsa. Le pregunté de dónde los había sacado y mientras calculaba una respuesta, nos pide que le invitemos una cerveza. Se sienta sin permiso y habla de cualquier cosa con el pretexto de terminarse lo más pronto posible el vaso que le llené y con mano propia servirse otro. Le pedí que me contara algo de su vida y entre las cosas que me dijo confesó orgulloso que tenía cuatro hijos con mujeres diferentes. Al decirme esto no dejaba de pensar en cómo demonios los podía mantener vendiendo en bares, polos robados.
Al final le pregunté si los mantenía, si le daba algo de dinero a las madres de esos niños, respondiéndome que no les daba nada. Yo le increpé diciéndole que sus hijos crecerán y le guardarán rencor por abandonarlos. Él más mirando con angustia la última botella que se terminaba me dijo algo como que sí lo sabe, que siente pena pero que así es la vida.
Al final le pregunté si los mantenía, si le daba algo de dinero a las madres de esos niños, respondiéndome que no les daba nada. Yo le increpé diciéndole que sus hijos crecerán y le guardarán rencor por abandonarlos. Él más mirando con angustia la última botella que se terminaba me dijo algo como que sí lo sabe, que siente pena pero que así es la vida.
Basta estas figuras para saber que algo anda mal en nuestra sociedad. Si todos esos sujetos que "marchan por la vida", tuvieran más compromiso por los que ya están viviendo y no por los que no nacen aún, no veríamos tanto abandono y desgano por los que más nos necesitan. La religión es una forma elegante de ser un hipócrita. Una forma de colocarse un rótulo vacío en la frente, lleno de clisés y discurso prestado para evitar ser juzgado por sus actos. He visto gente que no va a ninguna iglesia y sería incapaz de abandonar a un hijo o no sentir empatía por el sufrimiento ajeno.
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