sábado, 6 de julio de 2019

Recuerdo de un profesor ido.

Hace poco me enteré que un maestro de colegio había fallecido. Él fue mi profesor de Arte por muchos años y sin lugar a dudas ha sido uno de los que tengo gratos recuerdos. En los diferentes grados en los que me enseñó, aprendí varias cosas. Entre ellas, forrar libros, tocar la flauta dulce, pintar por primera vez en un lienzo, hacer collages, armar una antorcha y la más importante fue enseñarme a tocar la tarola.

Nuestro colegio era nuevo y fue abierto para que los hijos de los médicos tuvieran un lugar donde estudiar. El Colegio Médico del Perú lo avaló y tanto así que nuestro escudo era similar al de esta institución. Como éramos pequeños, la banda del colegio tenía instrumentos para niños de primaria. Al llegar a tercer grado me probé para tocar la corneta, un instrumento codiciado entre los varones. Lamentablemente, había un problema conmigo, al parecer, cuando tocaba muy fuerte este tipo de instrumentos, me mareaba. Mi profesor al ver mi entusiasmo pero poca capacidad pulmonar, se fue al depósito y me trajo un tamborcito delgado. Similar al que tocaban a mis compañeras pero más angosto y plateado. Mi decepción fue grande porque me imaginé al lado de mis amigas tocando con pompones en las medias. Sin embargo, qué cara habré puesto que mi profesor me dijo que no era un tambor, que eso se llamaba tarola y que me la coloque y toque lo que él me indicará. Así, repetí sus movimientos, pues él también tenía otra pequeña tarola que le quedaba arriba del ombligo. Al terminar la prueba me dijo que estaba bien, que viniera a practicar el próximo fin de semana.

Así fue como mi idilio empezó entre la percusión y yo durante casi toda mi etapa escolar. El aprender sobre este instrumento me hizo apreciar la música en diferentes aspectos que ni me hubiera imaginado. Recuerdo a mi maestro diciéndome que la tarola es el pulso de la banda, que si el bombo era el corazón, yo tenía que marcarle el paso. Que no corriera porque todos correrían conmigo. Que si cambio de ritmo no solamente afectaba la melodía sino también la marcha cuando estemos en un desfile. Quizás esa haya sido la primera gran responsabilidad que me han dado en la vida. La banda no era muy grande, sin embargo, eran necesarias dos tarolas. A pesar de todo el tiempo en que estuve, pasaron algunos pero nunca lo convencieron así que siempre era la solitaria tarola que tocaba los lunes al izar la bandera o en cualquier actuación escolar.

A veces en las prácticas me perdía en mis pensamientos entre el sonido rasposo y arenoso del parche en contacto con la baqueta, y a lo lejos escuchaba los gritos de mi profesor para que me calmara o callara ante la mirada fija de mis demás compañeros quizás no sabiendo qué demonios estaba haciendo.

Ahí aprendí el respeto que se le debe tener a la música y a los músicos. Cuántas ampollas tuve que curarme de los dedos para aprender a tocar debidamente con las baquetas.

Al año de estar en la banda, en mi sección, solo quedé yo como único miembro. El resto eran de las otras secciones. Así que de por sí, ya tenía cierto mérito mi esfuerzo. Teniendo en cuenta que al llegar a las prácticas de fines de semana no conocía a nadie y me sentaba a un lado a esperar que nos dieran los instrumentos para comenzar mientras los demás compañeros correteaban por el patio. Y cuento esto porque justamente en quinto de primaria recibí el único diploma de mi etapa escolar. El día de la clausura, escuché mi nombre en el altoparlante y escéptico no hice caso. Mis amigos me dijeron que suba, que me habían dado un diploma. Totalmente incrédulo subí por las escaleras y estaba mi profesor de Arte con el cartón. Yo no entendía nada. Solamente le dí las gracias y me bajé.

Mientras caminaba de regreso, mis compañeros me lo pidieron para leerlo. Yo reaccioné al rato y lo levanté arriba de mi cabeza y me paseé emocionado alrededor del local como si fuera la copa de la Champions. Pasado unos minutos, mi maestro de Arte se me acercó y me dijo: "Ese diploma te lo hubiera dado hace dos años, pero siempre desaprobabas un curso y la dirección no me dejaban darte nada. Como ahora no tienes ningún rojo, me han dejado entregartelo."

Fue un buen profesor, no diré huachafamente que es un maestro y guía porque no idealizo a las personas que imparten su conocimiento porque para ellos es algo natural en sus vidas. Lo que sí puedo afirmar es que fue casi el único que me dejaba ser, no pretendía encasillarme ni recriminarme por desviarme de alguna indicación. Así como estos aspectos de la banda de música, tengo en mi mente otros gestos de su parte con las cosas que proponía para sus cursos de arte y con mirada contemplativa lo recuerdo sonriéndome, pidiéndome un escueta explicación y diciendome que lo siga haciendo.

Lo voy a extrañar profesor Terreros. Sé que fue un gran profesor para muchos alumnos por la cantidad de muestras de afecto que recibió en vida y luego de enterarse de su partida. Quizás fui ingrato al no recordarlo antes. Quizás los verdaderos maestros no llevan nombre y apellido porque nos dejan un poco de ellos en nosotros y se hacen parte de nuestra personalidad.

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