martes, 31 de agosto de 2021

Revisando unos viejos cds de música...

Revisando unos viejos cds de música, observé qué tanto fueron escuchados en su momento. El deterioro de su anverso me muestra las veces que el lector óptico pasó por encima de ellos, también el desgaste de sus cubiertas nos dan fe de eso. Fui acumulando varios discos entre originales y piratas conforme al despertar de mi curiosidad por lo que iba escuchando en la radio y en MTV. También me compré algunas revistas y libros sobre música. En ellos leí sobre cómo habían evolucionado los géneros; sin embargo, el problema surgió cuando no entendía de lo que estaban tratando, pues varios de los nombres de agrupaciones, solistas o temas mencionados aún no los había escuchado. Varios grupos o cantantes eran parte de la cultura popular, pero me costaba identificarlos. No fue difícil encontrar sus discos porque recopilatorios de sus hits los podía encontrar en el mercado que quedaba cerca de mi casa o en una farmacia donde traían algunos discos más rebuscados aunque no por eso menos popular. El reto era ir por la música de los ochentas. No quedaba otra que ir a Galerías Brasil y sus alrededores. En el caso de principios de los noventas era más sencillo porque uno había estado ahí, así que lo mencionado en tales textos no me era ajeno. Igual uno tenía que ir a Polvos Azules para hallar los discos. Los de blues y jazz ya fue otra historia. Comprar original era más tedioso. Uno debía ser muy selectivo. No había mucha oferta y no costaba poco. Así fui acumulando cds más por una necesidad de informarme que por coleccionar, por eso no les di demasiado cuidado en si eran originales o copias. Lo que deseaba era solo saber a qué sonaba cada género. Para mí era normal andar a fines de los noventas con mi walkman y algunos casetes en mi mochila y luego, a inicios de 2000, cargar con varios cds y el discman a cuestas. También fui víctima de robos. Tanto fue el impacto cuando me sustrajeron mi walkman en la universidad que estuve deprimido un par de meses hasta que unos buenos amigos me regalaron uno el día de mi cumpleaños. Tiempo después, mientras bajaba del Enatru, me sacaron de la mochila mi discman con el disco de The Sundays dentro y que ni siquiera había terminado de escuchar. Discos perdidos han quedado regados por varios lugares de Lima. Mi disco doble de The Cars nunca fue devuelto en Las Tres Marías o uno de David Bowie olvidado en un bar barranquino. En cuántos lugares la música que un traía en el morral han sido colocadas en los aparatos reproductores de diferentes bares y pubs. Alguna vez hice que colocaran mi disco "Too Tough to Die" de los Ramones en un salsódromo vacío de la extinta Calle de las Pizzas o la vez que insistí hasta el delirio porque pusieran mi cd de The Clash: "Give 'Em Enough Rope" y el tema Tommy Gun en el Crypto. Obviamente no lo hicieron. El descubrir al grupo Dolores Delirio hizo que lo reprodujera hasta romper el cd de mi amigo Martin Ruiz y que también le prometí devolver uno nuevo, aunque se negó a que lo hiciera. Así uno tiene innumerables recuerdos con respecto a los discos y esa etapa donde el interés por la música era proporcional con el de los libros. Mucho era nuevo y uno deseaba conocerlo todo. En una entrevista le escuché decir al dueño de la radio Doble Nueve, Manuel Sanguinetti, que las personas tienen una real curiosidad por la música hasta los 26 años, luego de eso es una repetición de escuchar los temas de su juventud. Quizás sea cierto, a mí eso me duró un poco más. No quiero decir que ya no la escucho, sino que ya no lo hago con ese entusiasmo del que encuentra una mina de oro en cada agrupación musical no oída. A veces uno siente que los nuevos temas toman un poco de cada década pasada, lo chocolatean bien, algo de autotune, por ahí estrenan un sintetizador nuevo y zas. Ahora ya es más complicado descifrar los primeros rastros de nuestras preferencias musicales primarias. Lo digital le quita cierto romanticismo a la exploración musical. Salir a las calles para hallar un disco generaba un vínculo muy fuerte con este. No olvidaré que el primer disco por el que recorrí Chorrillos, Barranco y Surco fue un recopilatorio de Nino Bravo. Era de una colección de La República. De niño me gustaban sus canciones, cuando vi la promoción no dudé en salir en su búsqueda. Tenía 16 años. La satisfacción por haberlo encontrado después de toda una mañana fue plena. Otros vínculos se estarán creando entre los más jóvenes y la música que escuchan, quizás unos indescifrables para mí. Los míos son tangibles, los puedo ver, oler y tocar. Mi experiencia está aferrada a las cosas. Ella está constituida por todos los sentidos. Tener en un celular la historia de la música a uno lo hace pensar en que si bien me liberaron de llevar decenas de discos en mis hombros, también nos hace olvidar que tenemos muy cerca grandes temas e intérpretes. El portar un disco o casete en el bolsillo creaba una sensación particular que nos impedía olvidar la importancia de lo que teníamos encima. Ahora uno ya no sabe qué es. Antes veías un disco o casete y decías: "Aquí está contenido tal tema". Era un cofre musical único. Con la llegada con fuerza del formato MP3 y la maravilla del Torrent, todo aquello se lo llevó como un tsunami luego del terremoto. Es complicado reconstruir los vínculos que uno creó con la música sin caer en el espíritu de anticuario y en la imagen de un hombre del siglo pasado.

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