Al estudiar Derecho, nos enseñan a que en cierto momento estaremos obligados a tomar una posición determinada para defender alguna causa, sea esta justa o no. El abogado no es un superhéroe defensor de la justicia, sino que defiende los intereses de quién es su cliente. Comprendiendo la palabra interés desde una perspectiva amplia. En el proceso judicial o del que sea parte podremos determinar si es justa o no la causa perseguida.
Donde más claro se nota este asunto es en el derecho penal. Yo me preguntaba en qué situación moral o ética nos podemos situar ante una clara falta o delito de quien se defiende. El derecho tiene sus reglas, uno no puede ser el que determina la culpabilidad de un individuo, sino el que lo hace es el sistema judicial. Lo que la persona piense sobre un suceso es importante a nivel subjetivo o moral, pero irrelevante para la justicia. Entonces, la solución ante eso es que sabiendo que alguien es culpable de una falta o delito, si el sistema judicial no lo puede probar, entonces es inocente.
El derecho funciona así. No hay mundos ideales. Lo que queda es afinar las instituciones jurídicas para que los culpables no se escapen en las grietas del sistema.
Es una cuestión evidente, pero cuando un acontecimiento se analiza bajo los reflectores del derecho, ya nada parece ser lo que es.
Por eso es relevante conocer no únicamente los pormenores de la posición que se defiende, sino la que nos contradice. Solo interesarnos por lo que está de acuerdo con nuestro parecer, nos adentra en el dogmatismo o el fundamentalismo intelectual.
Una idea puede ser de apariencia muy clara para nosotros, pero si la colocamos en una mesa de disección, aparecerá una serie de cuestiones que no nos daríamos cuenta si no la vemos desde una perspectiva distinta. Es interesante cómo un lugar iluminado desde una posición diferente puede parecer otro, así estemos ante el mismo que hemos presenciado durante mucho tiempo.
En un programa radial escuché que un día planteaban las posturas teístas y en otro, las razones ateístas. Ambas fueron abordadas con el mismo nivel de rigurosidad y seriedad. La única conclusión que saqué de ello fue como si observara una edificación desde una ubicación distinta. Puedes ver lo mismo, pero va a depender dónde estés situado para entender el sustento de cada una de sus afirmaciones. Veremos lo mismo, pero también va a depender de lo que deseamos ver.
Días después, oí a un periodista recomendar en que si bien dudaba de las teorías terraplanistas, sería pertinente analizar a detalle tales argumentos. No porque tengan razón, sino para averiguar cómo así una idea tan alocada pueda poseer tintes racionales o lógicos. Eso también nos despertará la necesidad de revisar los argumentos que tenemos sobre dicho tema.
Existe la mala costumbre de caricaturizar las posturas contrarias a la nuestra. Eso solo hace caer en la necedad ideológica y el peligroso fundamentalismo intelectual. Caricaturizar una idea es una falacia argumentativa que solo son usadas para ganar un debate, pero no nos da alguna verdad. Cuando nos dejamos llevar por esa necesidad de burlarnos de las creencias o ideas ajenas, estamos comunicando la desesperación porque otros validen lo que pensamos. Más es una cuestión psicológica que filosófica.
Al degenerar un debate, buscando ridiculizar en lo que no se cree, poco o nada estamos haciendo por indagar en nuestra propia ideología.
Cerrando la idea con la que comencé esta reflexión, puedo decir que existen situaciones donde el punto de vista sobre algo debe ser definido. Por ejemplo, se asume que si estamos a favor del aborto o no, hubo un proceso intelectual que nos hizo llegar a tal conclusión. Lo que debemos definir es si esa posición fue producto de una reflexión responsable o el seguimiento de un dogma que nació en las entrañas. Podemos "sentir" que algo tiene o no razón, pero eso no quiere decir que en la realidad sea lo correcto. El mundo de las emociones pocas veces se cruza con el material. Si no lo tenemos en claro, terminaremos persiguiendo causas justas de imposible aplicación.
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