Se habla mucho sobre qué es arte o quién es o no un verdadero artista. Del escritor bueno y del malo, de la buena y mala poesía. Entonces, ¿qué tan determinante es saberlo? A veces pienso que es un debate infructuoso. No es lo mismo decir que alguien es un mal médico o abogado. El riesgo es perjudicarse porque no obraron con competencia. Peor aún, algunos críticos han sido más radicales y han tildado de estafadores a poetas, ¿cómo es que un poeta te puede estafar? Ahí mi reflexión se detiene.
Es sabido que los escritores como Philip Dick y William Blake tenían alterada la percepción de la realidad. De uno generada por su adicción a los alucinógenos y a que creía que sufría esquizofrenia, y las de Blake que padeció de visiones toda su vida. Escritores como ellos plasmaron dichas visiones en sus obras. En el fondo, estaban describiendo aquello que consideraban real. El mundo en el que vivían era extraño y tormentoso.
Otros escritores sufrían de eso por sus adicciones al alcohol. Malcolm Lowry o Alan Poe son prueba de ello. Solo en sus momentos de lucidez evocaban las sensaciones que esa dimensión etílica les provocaba.
Al indagar en la vida de estos creadores, podremos hallar detalles extraordinarios sobre la forma en que veían el mundo. Pero eso tiene un costo. Nuestra existencia posee cierto orden, hemos aprendido por experiencia e instrucción que para todo efecto hay una causa, el ex nihilo nihil fit de Parménides (de la nada, nada proviene) se encuentra instalado como un dogma. Desde ahí conjeturamos una serie de ideas que nos ayudan a llevar la existencia. Sin embargo, ir hacia terrenos inexplorados por la razón puede ocasionar sufrimiento y confusión.
Por instinto de supervivencia sabemos que dicho viaje no es voluntario. Algo tiene que suceder en la vida o el organismo para pasar esa prohibida frontera.
El artista regresa de la travesía con ansias de contarlo, emulando a un Marco Polo que anhela narrar las maravillas que vio. Describiendo como seres mitológicos aquello que su comprensión aún no puede explicar.
Pienso que por ahí va la naturaleza del verdadero artista. Son aquellos que te dicen lo que han visto, lo que sienten en realidad y el precio que han pagado por ello. El artista "malo" o el "estafador", finge hacerlo. Ellos jamás han pasado dicha frontera. Las emociones mostradas, el mundo descrito y representado son solo ejercicios de su imaginación. En su mente no hay lucha por comprender lo inefable ni un esfuerzo por mantener la cordura ante lo inconmensurable. Solo repiten el tormento ajeno en un anhelo de viajar a esos países desconocidos que les describen los libros leídos o las obras vistas.
Por eso Martín Adán es un gran poeta, así como Vallejo o Arguedas. En su sacrificio vemos que nos llevaron a lo más profundo del alma y no pudieron salir de ahí. El escritor "falso" es un sobreviviente, alguien que quiere hacer oficio de aquello que a otros los llevo al dolor y la locura. Es como ser instructor de lucha espartana sin haber enfrentado nunca a un Jerjes en las Termópilas.
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