Al revisar los libros de la biblioteca, me percato que hay varios que no los he abierto por muchos años. Entre sus páginas encuentro el testimonio de hechos o rutinas que ya había olvidado. Más aún teniendo la costumbre de recibir volantes o cualquier papel que reparten por la calle y en un ataque de delirio por la conciencia histórica, asumo que lo dicho en tal papel será considerado importante por alguna razón en el futuro. Es así que hallo una fotografía de mi querido Alianza Lima, una que creía haberla soñado.
Hace veinte años, en los bares del centro de Lima, se paseaban fotógrafos ofreciendo sus servicios para inmortalizar tu jarana. De no acceder, te ofrecían fotos de futbolistas de diferentes equipos peruanos y si aún así no le hacías caso, te hablaba más bajo para ofrecerte las imágenes de las vedettes desnudas del momento (al parecer, muchas se ganaban la vida de esa forma). Los rechacé muchas veces, casi incontables porque cada vez que iba al Queirolo o lugares afines y cercanos, siempre estaban ahí presentes. Nunca accedí a que me tomara una foto con los amigos de turno, no lo veía relevante, pero una vez, a uno de ellos le pedí que me enseñara su folder con las imágenes futbolísticas. Asumo que estaba ya muy ebrio para retener ese recuerdo con claridad, pero al observar la imagen, tenía su significado para escogerla. Esta es la alineación de Alianza Lima en el último clásico jugado antes de que varios de ellos murieran en el accidente del Fokker. Te la vendían con ese marco de cartón y se puede apreciar un Estadio Nacional lleno con las banderolas de Universitario en las tribunas. Estaba dentro de un viejo libro del dramaturgo Jean Anouilh y al lado de unas anotaciones de un también viejo proyecto de afiche para nuestra novísima revista de ideas de inicios de siglo.
Quizás ese día compré dicho libro (no habría razón para llevarlo a una tarde de copas) y no se me ocurrió mejor lugar para protegerlo ante semejante bacanal en el que siempre se terminaba. Y es por eso que lo olvidé.
Aproximadamente casi quince años después, tal vez en el 2015, echado en mi cama, abrí los ojos y me vino el recuerdo de la fotografía comprada. Ya sin la menor idea de dónde buscarla, asumí que lo soñé hasta solo hace unos días que la he vuelto a ver.
De alguna forma, este encuentro me hizo recordar esa época pasada en los bares limeños, en el que el tiempo se llevó a esos fotógrafos nómades, a los músicos que te cantaban boleros o valses criollos por unas monedas y a la inmortalidad juvenil.
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