domingo, 5 de noviembre de 2023

En un inesperado paseo por una feria del libro itinerante, me encontré con este interesante libro llamado...

En un inesperado paseo por una feria del libro itinerante, me encontré con este interesante libro llamado :"Escritores peruanos, qué piensan, qué dicen" de Wolfgang Luchting. Son entrevistas que este escritor hizo a diferentes referentes de la literatura peruana de ese entonces, pues el libro es de 1977. Es bastante importante la recopilación de ideas que los literatos tenían de su sociedad y obra. Más aún cuando muchos escritores de hoy no tienen una idea propia y sus entrevistas son más la demostración de una gran perogrullada egotista. Sería interminable rescatar todas aquellas relevantes ideas que están desarrolladas en este libro. Solo transcribo un par de uno de mis escritores favoritos como lo es Julio Ramón Ribeyro. 

"WAL: Se ha dicho que Ud, es uno de los pocos escritores peruanos que se siente bien en su pertenencia a la clase burguesa. Vargas Llosa lo ataca siempre; Arguedas estaba obsesionado con los indígenas. Ud., a lo peor, sólo la ironiza. ¿Qué opina? 

JRR: La afirmación de que me siento bien de pertenecer a la burguesía me hace reír. Si fuera cierto no me hubiera movido de Lima, hubiera buscado alianzas con familiares o amigos pudientes y sería ahora un abogado ricachón, más o menos deshonesto y probablemente respetable. Lo que sucede es que, ironizando o censurando los defectos de la burguesía (grande, pequeña o mediana), reconozco sus cualidades y comprendo, si no comparto, sus dramas y sus frustraciones. Aprecio sobre todo su inteligencia, su espíritu inventivo. Es la burguesía en todo el mundo, la que ha dado a la mayoría de los escritores, inventores, profesores, artistas e incluso revolucionarios. Marx y Lenin pertenecían a la burguesía como Fidel Castro y Che Guevara, como Mariátegui y Vallejo entre nosotros. Aprecio también -en la alta burguesía tradicional- y aunque esto puede parecer escandaloso, su educación y buenos modales. Yo soy extremadamente sensible a esto último, porque detesto la vulgaridad. Los modales son el fruto de largos y pacientes ensayos y búsquedas que se han efectuado a través de generaciones y que se han convertido en una adquisición de orden espiritual. Ello no debe perderse y no encuentro nada más reprehensible que la conducta de aquellos revolucionarios que se desembarazan de la buena educación incluso inculcan a sus hijos la vulgaridad porque creen que ellos es estar a tono con sus ideas. Un verdadero revolucionario debe expropiar no sólo los bienes materiales "des possedants" sino también sus bienes espirituales, entre ellos la buena educación. Al respecto , recuerdo que una vez fui visitado por un grupo de estudiantes que venían de un poderoso país... Ideológicamente nuestras posiciones convergían, pero pronto me di cuenta que lo que nos separaba irremediablemente era la educación. Los estudiantes comieron con grosería, bebieron sin medida, escupieron en el suelo, apagaron los cigarrillos en la alfombra. Uno de ellos, sin respetar el principio de la hospitalidad, me acusó de haber logrado publicar mis libros sólo gracias a "recomendaciones familiares" y trató de manosear a mi mujer diciéndole cada vez que yo me daba la vuelta: "Oye ricotona, siéntate aquí". No tuve más remedio que echarlos. Estoy convencido que gente de esta ralea no podrá nunca fundar una sociedad justa, por justas que sean sus ideas, pues la vulgaridad es el signo de una tara espiritual de la cual solo puede surgir la intolerancia y la opresión. 

WAL: Mario Vargas Llosa gusta mucho hablar de sus "demonios", o sea: de aquellos factores psicológicos que lo impulsan a crear un mundo ficticio que compensa por las heridas que dice haber recibido en su vida. Si bien yo dudo que los mundos creados en las novelas de Vargas Losa sean los en que él quisiera vivir - parecen más bien una venganza contra el mundo en que vivió a la edad en que se le incubaron "los demonios"- es probable (y hasta clásico) que las obsesiones de un escritor sean responsables por los mundos que crea en sus obras. ¿Cuáles son los "demonios" de Ud.? (Y me doy cuenta de que Ud. probablemente no los ve como los vería otra persona). 

JRR: Que yo sepa, no dispongo de ningún demonio personal. No conozco otros demonios que los que he visto dibujados en las cerámicas y telas precolombinas y en algunos cuadros renacentistas. Y digamos que son demonios extremadamente inocuos. El tener demonios en su vida debe ser el privilegio de los espíritus superiores. Parece que Jesucristo tuvo uno particularmente tenaz, del que se deshizo en el monte Sinaí. Shakespeare también tuvo sus demonios y Strindberg y Dostoievski. Personalmente no puedo hablar de demonios ni de obsesiones en el sentido cabal del término, sino mas bien de ciertas ideas o recuerdos recurrentes que se vienen a mí. impregnados de sensaciones, de sentimientos más o menos duraderos. Para poner un ejemplo: la muerte de mi padre, que ocurrió cuando yo tenía quince años y que ha dejado en mí un sentimiento intermitente de orfandad, de desamparo. El padre es un punto de referencia, frente al cual uno se define por negación o por afirmación y cuando este punto desaparece uno está condenado a ir siempre un poco a la deriva. Otra de estas ideas recurrentes y que informa casi todo lo que he escrito es la idea de frustración, de fracaso. Casi todos mis cuentos, como Ud, podrá observar, son el relato de una decepción, de un combate perdido, muchas veces antes de haber sido entablado. ¿Por qué? Quizás porque considero que, en bloque, la humanidad es un fracaso, algo que resultó mal. Supongo que en una época determinada de su evolución, hace cinco mil o veinte mil años, la humanidad se equivocó de vía, como un tren que, por un error del guardaagujas, toma un rumbo que no le convenía. Y este fracaso general se refleja en las frustraciones individuales, que es la lotería de la mayoría de humanos. Que una ínfima parte de la humanidad triunfe, no cambia nada el asunto. Además habría que preguntarse si también los triunfadores no disimulan una serie de fracasos a otro nivel de su personalidad y su éxito no sea otra cosa que el precio de su desesperación. Volviendo al tema de la orfandad, me parece advertir que es un sentimiento que se puede hacer extensivo a la mayoría de los escritores peruanos. La ausencia de maestros o de modelos parece agudizar en ellos y, por reflexión en sus personajes una especie de convicción de abandono de la inseguridad. Y una especie de nostalgia del padre, lo que quizás explique la casi deificación de Vallejo, en quien muchos vislumbran y encuentran a su verdadero primogenitor".

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