La atención al cliente es una posición muy particular para quien la ocupa. Normalmente, a quien trabaja en ella se le da una serie de disposiciones que tiene que cumplir. Entre estas se encuentra informarle los derechos y beneficios del cliente. De tal forma que es un pequeño dios cuando estamos en sus manos. Puede escoger qué decirnos y qué no.
Hace unos días llamé a un banco para cancelar una tarjeta de crédito. Era la que usaba con regularidad, pero como cambié de banco decidí prescindir de ella. Por dicho uso acumulé puntos que nunca canjeé y también tenía un saldo en dólares por pagos extras que me quedaron debiendo. Llamé en tres oportunidades antes de cancelarla del todo. En la última llamada logré mi cometido.
Sin embargo, antes de hacerlo, la operadora me informa que si cancelo la tarjeta, el saldo y los puntos acumulados los perdería, pero el saldo lo podría recoger en una agencia o donarlo a una organización de ayuda a personas con alguna discapacidad. Lo pensé un momento y me acordé que estas donaciones se hacen a nombre del banco y no a nombre mío lo que les permite hacer deducciones de impuestos. Sin embargo, al final dije que lo donara porque más tiempo y dinero iba a perder en recogerlo. Me hace esperar para ejecutar la operación. Luego de unos minutos, ella me dice que podemos hacer otra cosa con mi saldo y es deducirlo de la última deuda que contraje con mi tarjeta de crédito. Es decir, el último pago que tengo aun pendiente. Asombrado le digo que está bien.
Al final, es eso lo que se hizo.
Durante todas las llamadas que hice para informarme de la cancelación de mi tarjeta, nadie me dijo que eso se podía hacer. Lo que me lleva a pensar que quizás la operadora que me atendió en la última llamada me estaba haciendo un tipo de prueba moral que le ayudaría a decidir si esa valiosa información me la daría o no. Al decirle que deseaba donar mi dinero, pasé su evaluación. Y así como en la obra de Brecht: El Círculo de Tiza Caucasiano, decidió que yo debía tener esa mínima ventaja financiera como premio a mi desprendimiento.
Quién sabe si cada día de nuestras vidas estamos sometidos a los jueces que detentan el poco poder que tienen y que al final de cuentas definen el resultado de nuestros días.
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