martes, 17 de octubre de 2023

La otra vez que regresaba en bus a mi casa ya muy de noche...

La otra vez que regresaba en bus a mi casa ya muy de noche, pensé en qué ha sido lo más extraño que he visto en el transporte público a altas horas del la noche. A los veinte, viajaba más y a lugares distintos. Es verdad que me sorprendía fácilmente de algunas personas o hechos. Es propia de esa edad de descubrimiento del mundo. Ahora ya se siente como un loop ciertas experiencias. Eso no quiere decir que no viva u observe algo curioso, sino que se ha perdido la capacidad de sorpresa. Por ese entonces, vi que subieron dos escolares a eso de las once y media de la noche. Eran varones y sus expresiones reflejaban despreocupación. Como si fuera un viaje más de ellos. En todos estos años he visto escolares subirse a los buses bien tarde y hasta ahora no sé qué hacen ahí. Cuál podría ser la razón de estar en la calle tan tarde. Esas cosas extraordinarias que uno observa, nos hacen más llevadero el viaje porque imaginamos una explicación. También hace unos años, vi a una señora con su hija sentadas una al lado de la otra. Me llamó la atención los moretones que la mujer tenía en los brazos y el cuello. La madre tendría sesenta años. Su hija parecía de treinta, pero padecía de una discapacidad mental. Era una mujer grande y se le notaba fuerte. La madre le alcanzó su celular para que vea algo y se distraiga porque la notaba inquieta. Me imaginé que quizás la hija se le va de las manos y la agredía en esos desvaríos que a veces los seres muy sensibles sufren. Igual, en ese pensamiento distraje los minutos de mi viaje, pensando en lo difícil que habrá sido su vida. Ya poco observó a la gente ver por la ventana o cruzar las miradas con otros pasajeros. Esa mirada perdida de la gente provocada por el tedio de los largos viajes son reemplazadas por una tímida sonrisa que le lanzan a su celular o un frenético tecleo a sus pantallas. A estas alturas, lo extraordinario podría pasar sutilmente a nuestro lado y nosotros ni enterados.

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