sábado, 25 de enero de 2020

El aprendizaje de lo inevitable

Aprender acerca de lo inevitable no es sencillo. A veces los deseos se apoderan de la razón y nos hacen creer en lo imposible para luego dramatizar la vida cuando los hechos no son los deseados y los vemos como una condena.

Siempre tengo presente una expresión que mi padre me repitió desde la infancia cuando le preguntaba sobre la salud de una mascota, familiar o amistad. Ya que como médico quería que me consolara con una respuesta promisoria. Él me decía: "enfermo que come no muere". Así ha sido un consuelo que a pesar de la debilidad del enfermo yo veía que este comía lentamente o con avidez para luego ver su franca recuperación. Entonces, se mantenía firme la esperanza de que sanara. Casi nunca ha fallado esa posible máxima médica.

Sin embargo, también está lo opuesto. Cuando eso no sucede. Y aquí vuelvo al aprendizaje de lo inevitable. Al ver que esas señales no responden y la recuperación ya no es posible. Entonces, uno percibe en esa falta de apetito el preámbulo de la muerte. Donde no se puede hacer nada y solo queda observar cómo un organismo lucha con lo que puede. Varias veces he sido testigo de aquello y como digo al principio, lo inevitable sobrepasa todo deseo de volver a la tranquilidad con la que queremos llevar nuestra vida.

Qué tan valioso pueda ser aceptar las cosas antes que sucedan solo por los indicios claros de lo que vendrá. Pues ahí no hay nada que uno pueda hacer para variar dicho designio. Solo es ver cómo cae del cielo una paloma que ha muerto en pleno vuelo.

En esa expresión sobre el enfermo que come están contenidas tanto la desesperanza como la tranquilidad.

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